La promesa de Normandía

Es la facultad de hacer y mantener promesas, como decía Ana Arendt, lo que nos da estabilidad, sostiene la periodista y politóloga española Máriam Martínez-Bascuñán en esta columna que es oportuno reproducir

Con el perdón intentamos enmendar el pasado; con la promesa, miramos al futuro para crear islas de seguridad. Porque es la facultad de hacer y mantener promesas, como decía Arendt, lo que nos da estabilidad. Lo escribía como reacción al énfasis en el movimiento y la ruptura de los totalitarismos, y por eso Macron lo empleaba esta semana al hablar de la promesa de Normandía. En el 75º aniversario del desembarco, recurría a esta poderosa metáfora para recordar el sentido ético de la heroica acción de aquellos hombres que dejaron sus lejanos hogares para entregarse a una causa mayor y aparecer, hoy como ayer, ante la luz de lo público para que podamos seguir contando su historia: nuestra historia.

Porque Normandía no fue un hecho puntual, un acontecimiento lejano que no nos incumba. Normandía todavía nos define, y eso es lo que nos decía Macron reivindicando su promesa: existimos porque luchamos por la democracia en un combate incierto cuya victoria no estaba garantizada. La burbuja en la que vivimos acaso nos impida comprender hoy la escala de la barbarie, la devastación humana y el sacrificio individual y colectivo de una guerra mundial con epicentro europeo. Fueron, no lo olvidemos, 35 millones de vidas perdidas, y la aparición, por primera vez en la historia, de exterminios étnicos burocratizados, justificados desde la eugenesia racial. Pero ya lo decía Stalin, que algo sabía de muertos: “Uno es una tragedia; un millón, una estadística”.

La única forma de romper la frialdad estadística para hilvanar presente, pasado y futuro es una historia, una narración que describa y defina su sentido. Por eso afirmaba Arendt que el héroe sin discurso está “literalmente muerto para el mundo”. La promesa de Normandía es ese hilo conductor, el relato que nos permite entendernos hoy, y mirarnos en el espejo de quien estuvo aquí antes que nosotros. Porque de aquella promesa surgieron los pactos que, aún hoy, aunque sea de forma temblorosa, mantienen vivas las instituciones, arquitecturas pensadas para posibilitar la vida en común preservando nuestras diferencias.

La promesa de Normandía es el compromiso con un orden internacional de normas y valores al que llamamos multilateralismo; y es también la narrativa de Occidente como potencia comprometida con el mundo, dispuesta a intervenir desinteresadamente en caso de emergencia. La promesa de Normandía es la alianza entre naciones, el resultado del trabajo generoso de una generación que identificó con lucidez al enemigo, consciente del peligro que enfrentaba. La promesa de Normandía es todavía nuestra promesa, lo más virtuoso entre todo lo que nos define. No dejemos que se olvide.



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