La polémica sobre el pasado reciente

La columna publicada la semana anterior por el exvicepresidente Luis Hierro, "Los historiadores deben pagar su deuda", a propósito de un reconocimiento del historiador Jorge Chagas de que hay que rehacer el relato sobre el pasado reciente, provocó algunas repercusiones y polémicas, que Chagas contestó en su muro de Facebook en tres notas sucesivas. Reiteramos aquí la última de esas ponencias, la que, más allá de algunas diferencias, nos parece de interés.

La última reflexión la terminé con una pregunta que ahora formulo con otras palabras: ¿por qué nos ha costado tanto como sociedad encarar objetivamente el pasado reciente y superarlo?

Contaré una anécdota personal. Una vez yo estaba dando una conferencia sobre Joaquín Lencina (a) Ansina. Uno de los asistentes -un hombre mayor de raza negra- me preguntó cuál era mi opinión sobre los poemas que se le atribuían. Yo le expliqué que, a mi juicio, eran falsos. Le detallé largamente mis argumentos que eran de orden histórico, lingüístico y literario. El hombre no quedó conforme. Con mucha vehemencia me dijo que estaba convencido que Ansina era una persona letrada. Yo creía tener un "as en la manga" en esa discusión, que se desarrolló con altura y respeto mutuo: los poemas en cuestión eran una copia de unos presuntos originales comprados por un misterioso e inhallable coleccionista brasileño. En otras palabras: los poemas de Ansina de su puño y letra no podían ser analizados por los historiadores. La prueba esencial, el objeto de estudio, no estaba. Así se lo dije y el hombre me preguntó: ¿quiere Ud. decir que porque Ansina era negro no podía saber leer y escribir?

Fue en ese momento que se me cayó la venda de los ojos. La polémica no era sobre la verdad histórica, sino que se trataba de sentimientos muy profundos que tenían que ver con la propia identidad de las personas, con sus sensibilidades más delicadas. ¿A dónde quiero llegar? Muchísimas veces lo importante es lo que queremos y/o necesitamos creer sobre la historia y no la realidad misma, por más documentada que esté.

Me explico mejor:

Durante mucho tiempo estuve convencido que Dan Mitrione había sido un sádico torturador de la CIA y si bien nunca justifiqué su asesinato, lo entendí comprensible. Después de todo los tupamaros habían matado a un ser detestable y -esto es lo esencial- en mi fuero íntimo no deseaba creer que los tupamaros hubieran sido capaces de matar, a sangre fría, a una persona indefensa y, además, inocente de las insanias que se le achacaban. Fue mi propia pasión por la investigación la que me llevó a la verdad. Mitrione no era un sádico torturador ni tampoco, agente de la CIA. Su asesinato fue para demostrar que el MLN era una organización guerrillera con cojones. Dijeron públicamente que, si Pacheco no liberaba a sus presos, ejecutarían a Mitrione. Pacheco no cedió y lo hicieron.

Las pruebas contundentes estaban (están) allí, en la prensa de la época, en los documentos (incluso del propio MLN), en los testimonios. Estaban (están) allí y solamente había (hay) que examinarlas para conocer la verdad. Pude haberme aferrado a mi creencia anterior, pero preferí beber el trago amargo y doloroso, asumir mi error y expresarlo abiertamente. Esto no implicó que dejase de pensar que el trato inhumano a los/las tupamaros/ras en presión haya sido reprobable o que me haya arrepentido de haberme manifestado a favor de la amnistía. Ellos pagaron largamente sus crímenes.

Creo que el relato oficial de la izquierda contiene una fuerte dosis emocional. El martirologio - real, no ficticio- de los años de dictadura ha colaborado con ello. Hay una épica de lucha, resistencia y heroísmo, que se basa en datos ciertos y comprobables, pero nublan la razón y el análisis objetivo. Priman sentimientos y emociones, y si algo está demostrado es que son elementos poderosísimos para conformar un relato. El relato genera mística y ella es la base de la identidad política. Dicho sea al pasar, colorados y blancos también conformaron su relato oficial y su mística.

No se trata de quienes formulan ese relato, sino de la predisposición a aceptarlo en forma acrítica por quienes lo reciben. Pero, caramba, ¿acaso Cristo no resucitó y ascendió a los cielos? Esto es polémico, lo admito, pero a mi entender ahí está el nudo de la cuestión. El problema no está tanto en el emisor sino en los/las receptores/ras.

¿Tiene solución? Sinceramente no lo sé. Acaso cuanto más se pluralice el relato histórico más cerca vamos a estar de la verdad objetiva y de superar los traumas del pasado reciente.




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