Correo de los Viernes - La pesadilla Argentina

La pesadilla Argentina

El país vecino se endeuda sistemáticamente desde 1811, en un circuito vicioso de gasto-crisis que siempre pone en riesgo las instituciones. Las reacciones gubernamentales son siempre insuficientes, incluyendo las de un ministro de Economía que llegó a bajarse los pantalones, en los hechos, ante un delegado del Fondo Monetario. Pese a las crueles experiencias, Argentina vuelve a endeudarse.

La necesidad de recurrir nuevamente al Fondo Monetario Internacional por parte del gobierno de Macri puede tener muchas interpretaciones. Hay una situación internacional difícil ante la que se han retraído los capitales en todo el mundo, a lo que se agrega que Argentina mantiene una alta inflación y un déficit importante, ante los cuales el gradualismo no ha dado resultados. Macri apostó a la llegada de capitales e inversiones, pero ese proceso no se ha concretado.

Pese a ello, los argentinos no han reducido su histórica propensión al consumo por encima de sus posibilidades. En 2017 gastaron 10.000 millones de dólares en viajes y compras suntuarias una cifra que equivale a la mitad de lo que ahora el gobierno de Macri pediría el Fondo Monetario.

La situación no es nueva, más bien viene de siempre. El periodista Jorge Lanata señaló en su última columna que por lo menos desde 1822 los gobiernos argentinos tienen la costumbre de endeudarse. La historia del siglo XIX fue siempre de ese tono: “La Deuda y su hermana, la Patria Financiera, nacieron con una ley del 28 de noviembre de 1822: la que autorizó a Bernardino Rivadavia a contratar un empréstito con la casa Baring Brothers. El ahogo financiero del Estado había empezado diez años antes, en 1811, cuando el gobierno lanzo “empréstitos forzosos”, préstamos de guerra disfrazados que nunca eran devueltos o que lo eran a cambio de papeles del mismo gobierno y que solo servían para pagar otros impuestos. Desde el comienzo el empréstito Baring tuvo un propósito determinado: iniciar los estudios relativos a la construcción de un puerto y dos cárceles. En el año transcurrido entre las dos leyes que lo autorizaron se le agregó la colonización, la fundación de dos pueblos y la instalación de agua corriente en Buenos Aires. Ninguno de los objetivos se cumplió en ninguna de sus partes”.

El siglo XX siguió ese curso: gasto, golpes militares, default. Lanata concluye sosteniendo que Argentina no depende del Fondo Monetario, sino “de nuestra propia estupidez, de nuestra abulia, de nuestra liviandad. Llevamos doscientos años construyendo cadenas”.

Las reacciones de los gobiernos han sido extraordinarias. El presidente transitorio Rodríguez Saá anunció riéndose, en 2002, que se declaraba el default. Un partido político junto 100.000 votos en pocos días bajo el lema “ Minga al FMI”, y un ministro de Economía se bajó los pantalones en los hechos, no es una figura literaria, ante un delegado del Fondo Monetario que le exigía duros requisitos.

Los prestamistas exigen más o menos lo mismo desde hace décadas: que Argentina ordene sus cuentas y que lleve adelante el ajuste estructural necesario para evitar el déficit y la inflación. ¿Será esta vez la vencida y podrá Macri poner la casa en orden? Es dudoso, dados los lineamientos de la historia. Es posible, dado el énfasis que ha puesto el actual gobierno en el cambio cultural que en parte se viene procesando y que enfrentará ahora su principal desafío.