La mentira de “la inclusión”

Una mezcolanza de números y estadísticas, asociados a sus programas clientelísticos, han logrado el efecto de proyectar en el imaginario que se ha logrado “incluir” a los sectores sociales más vulnerables, sobre todo en la ingenuidad de mucha buena gente que no convive con la peor pobreza y acepta esa falacia. Quienes viven del subsidio del Estado van lentamente enajenando su voluntad y acostumbrándose a esa vida, mientras sus hijos se crían no viendo a sus padres trabajar.

En una semana en la que los taximetristas reconocen que en cinco barrios, ampliamente representativos de los sectores populares, no entran más de noche, hablar de “inclusión” es realmente un sarcasmo. Oficialmente no lo proclaman, pero de hecho es así.

Cada día la crónica policial nos revela realidades sociales horrorosas detrás del delito. Familias precarias, hijos abandonados, una violencia a flor de piel que se respira en el ambiente, el avance de un narcotráfico que ahora empieza a esconderse detrás del velo de legalidad de la marihuana, pérdida de hábitos de trabajo, bandadas de muchachos en los semáforos pidiendo dinero con descaro, escuelas y liceos donde se han hecho hábito las peleas entre alumnos y las agresiones a los docentes, gente durmiendo en la calle, etcétera, etcétera. ¿Es esta una sociedad igualitaria?

Si todos reconocemos que la educación es el mayor factor de inclusión, allí es donde debemos mirar y, desgraciadamente, comprobamos que vamos marcha atrás, hacia el abismo. El Uruguay vareliano se ha desvanecido en pocos años y el empuje renovador que impulsó la reforma de 1995, fue frenado y estigmatizado, produciendo el desastre que sufrimos.

Si se hubiera continuado ese programa, hoy el panorama indudablemente sería otro. Los números ya no tiene sentido seguirlos repitiendo. Hoy nuestros muchachos de 18 a 20 años están —en años de escolaridad— por debajo de toda América, no ya de Chile, que nos supera ampliamente, sino de Paraguay y Bolivia. Y los más jóvenes, de 14 a 17, lo mismo cuando se evalúan los nueve años de escolaridad. Es realmente una vergüenza. Hemos retrocedido un siglo y medio. De vanguardia educativa, junto a Argentina, hemos pasado a la cola de los rezagados.

Los niveles de repetición son un escándalo y se organiza todo ahora para mejorar estadísticamente, haciendo que todo el mundo pase. Ya ha ocurrido en la escuela, donde los niños salen de sexto año y en primer año del liceo se aplaza un 40%. ¿Se olvidaron de todo en el verano? Es obvio que llegan mal preparados. Y lo más injusto, lo que subleva, es que los alumnos que provienen de las familias más pobres son los que acusan un mayor rezago, una distancia que también es de las peores de América Latina.

Los famosos PISA nos desnudan y las recientes comprobaciones del INEED son terminantes, pese a que la presentación se hizo lo más edulcorada posible. De paso, digamos que el informe oficial hace una historia reciente de la educación e incurre en las deformaciones políticas habituales, llamándole “autoritarismo” a lo ocurrido en los años del gobierno Gestido-Pacheco, donde se ignoran olímpicamente los disturbios gravísimos producidos por la guerrilla, los sindicatos radicalizados y los profesores dogmatizados que deformaban groseramente la laicidad de las aulas, con interpretaciones sesgadas. En una palabra, los “contracursos” no existieron.

El Frente Amplio insiste en el mérito de la sociedad “incluida”. Quien salga a la calle en Montevideo vive la realidad contraria. Ni en el centro o los barrios de mayor nivel se puede caminar tranquilo. Entre pedigüeños y asaltantes, el ciudadano vive acosado por esos grupos que estadísticamente salieron de la pobreza crítica, pero están lejos de incorporarse a la clase media tradicional del país. Lo peor, lo más triste, es el sistema educativo, pues lejos de cortar ese circuito, proyecta hacia delante los paupérrimos niveles no solo de educación formal sino de cultura cívica.

Sobre estas bases podrá algún tiempo continuar el crecimiento, pero el verdadero desarrollo no aparecerá. Las actividades más exigentes de preparación no aparecerán y el país, lentamente, irá negando su propio futuro.



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