La larga batalla contra la intolerancia

La expulsión de los judíos de España es uno de los capítulos clave de la secular saga de la intolerancia. El Dr. Sanguinetti brindó una conferencia en el centro Maimónides.

El martes pasado, en el Centro Maimónides, de la Comunidad Sefaradita, el ex Presidente Dr. Julio María Sanguinetti dictó una conferencia académica sobre el decreto de expulsión de los judíos de España, el 30 de octubre de 1492. El acto fue abierto por el Presidente de la Comunidad, Sr. David Acher, quien explicó el sentido de esa conmemoración anual. Habló luego el Cónsul General de España, Sr. José Rodríguez Moyano, quien —simpáticamente— pronunció varias palabras en “ladino”, la lengua tradicional de los sefaraditas.

Sanguinetti comenzó señalando la enorme carga histórica de ese año 1492. Es la unidad de España, por la caída de Granada el 2 de enero, punto final de la dominación musulmana; la expulsión de los judíos el 31 de marzo y el descubrimiento de América el 12 de octubre. Estos hechos están concatenados y proyectaron sus consecuencias no sólo sobre la península ibérica sino por Europa y toda América. De modo que en el momento en que España llega a América, pierde a su población más capacitada, de funcionarios y profesionales. Por eso esa aventura del Renacimiento, que fueron los descubrimientos, hijos del avance de la ciencia, se aplica por guerreros medievales, hechos en la guerra contra el hereje, con espada y crucifijo.

El decreto de Granada viene siendo la consagración de la “limpieza de sangre”, o sea la discriminación por pertenencia familiar, que en España comenzó con judíos y alcanzó también —años más tarde— a los “moros”. La otra limpieza, la de oficios, venía desde la antigüedad y llegó a toda Europa, desvalorizando los trabajos manuales. La de sangre se aplicó solo en la península ibérica, con algo menos de rigor en Portugal.

La población judía en España venía desde el siglo I d. C. y había convivido con gente de otros orígenes. Siguiendo la tradición que venía de Roma, se instalaron en barrios propios, las “aljamas” , con lo que pervivía la idea de “extranjeridad”. Esta situación progresivamente se irá haciendo difícil por una Castilla y Aragón empeñadas en la Reconquista de España y por lo tanto armada para batallar contra el “infiel”, o sea un mundo de intolerancia. Al mismo tiempo, la necesidad de financiar los ejércitos estimulaba la necesidad de aplicar impuestos a judíos que se veían exitosos en sus actividades.

La invasión musulmana se había producido en 711 y tomó prácticamente toda España, salvo en el norte, donde sobreviven algunos reinos, que tempranamente ya dan batalla. Como la de Covadonga en 722, con el legendario Rey Pelayo al frente. Se vivirá así un proceso étnicamente muy complejo. Hay unos llamados “mozárabes”, que son cristianos bajo el dominio moro y “mudéjares”, que son moros bajo el dominio cristiano. Los judíos, a su vez, viven en sus barrios, se les imponen tributos, pero avanzan rápidamente en el conjunto de la sociedad por su capacidad. Son funcionarios, son profesionales, son prestamistas, empezando por el crédito a los reinos medievales necesitados de armar ejércitos. Se puede decir que son la punta de lanza de una burguesía que competirá con la aristocracia rural y el absolutismo de Estados nacientes.

En los siglos V y VI se produce la conversión de los bárbaros y el afianzamiento católico. La de Recadero o Clodoveo entre los francos, marcan ese proceso. Es un pacto de los reyes con los obispos que en Castilla generará el gran foco del mundo católico.

Aún con restricciones e intolerancias, hay una convivencia triétnica. Alfonso el Sabio (1252-1284) ordena los saberes y desarrolla la Escuela de Traductores, que permite la traducción de textos hebreos y griegos clásicos al latín o bien ya a las lenguas romances que avanzaban. Se ordena la legislación, se enseñanza música y hasta ajedrez. En astronomía descuellan algunos judíos como Samuel Levi o Jehuda el Coheneso.

Los actos de discriminación se van legislando y las propias Partidas de Alfonso, en 1256, ya recogen normas sobre judíos, atribuyéndoseles el cargo del deicidio por la muerte de Jesús. Les impide intentar judaizar a cristianos y no salir de sus lugares el Viernes Santo, aunque aclara que “no se deben apremiar a los judíos el día sábado” porque para ellos es “día de guardar”.

Ya en el siglo XIV, y como consecuencia, empiezan las conversiones forzosas. Son hijas del miedo y se transforma así a los judíos en chivos expiatorios de todos los males. Las epidemias, las escaseces, mueven, por la envidia y la codicia, tanto como por la religión, a las confiscaciones de los “herejes”. Solo en Valencia se registran entre 7 y 11 mil convertidos, que pueden comprar tierra y ascienden rápidamente en los cargos. Es una minoría culta, que seguirá siendo perseguida, porque cuando nazca la Inquisición, la persecución no será solo contra judíos sino muy especialmente contra conversos, “cristianos nuevos”, a quienes se acusará de seguir judaizando. Dicho de otro modo: al principio se procuraba la conversión, más tarde se perseguirá, por sospecha, a los “cristianos nuevos” o “marranos”.

En Toledo, capital eclesiástica de Castilla y su urbe más poderosa, donde se había dado por varios siglos una convivencia pacífica, se producen revueltas a raíz de los impuestos decretados por Don Álvaro de Luna. En 1449 se organiza una tremenda persecución, decretada por alcaldes, caballeros y obispos, contra los conversos, a los que despojan. Caro Baroja dice que este es el primer estatuto de limpieza de sangre. El chivo expiatorio de los obligados impuestos son los judíos, imaginados por detrás del poder de Don Álvaro, de cuya pureza de sangre no faltaban los rumores.

Nada entonces era monolítico, ni aun la intolerancia. El Obispo de Burgos, Alonso de Cartagena (siglo XIV), enfrenta los estatutos por dividir a la Iglesia. Sostiene que la esclavitud de los judíos no es racial sino teológica, de modo que la conversión y el bautismo, redimían la situación.

Por allí llegamos a la fundación de la Inquisición Castellana, en 1478. Empieza en Toledo y Sevilla. En ese año, se desata una represión tremenda por encontrar a un grupo de judíos celebrando su Séder de Pascua y no la Semana Santa católica. Así, en 1481, se llega al primer auto de fe.

En ese clima es que se dicta el ominoso decreto de Granada, redactado y propuesto por Torquemada, Inquisidor principal. La acusación es la herejía, la incredulidad y la usura, que aparece en el decreto de Aragón. Porque hay dos documentos, el de Castilla, firmado por los dos Reyes y el de Aragón, solo por Fernando, que no son iguales. La consecuencia es darle cuatro meses de plazo, hasta julio, para irse de España. Tienen que malvender sus bienes y se les prohíbe sacar oro, plata o monedas.

La judería española, entones, se convierte o se aleja. Esto ya venía dándose luego de la sentencia de Toledo. Las cifras de los expulsados o convertidos son muy discutidas. Se habla de 160 mil o hasta 300 mil. Delumeau establece 185 mil, con 20 mil muertos en el trayecto y unos 50 mil bautizados.

Muchos van a Portugal, como Abraham Zacuto, pero ya en 1496 también se les expulsa, por presión al rey Alfonso, que era el yerno de los Reyes Católicos, casado con la princesa Isabel. Otros más lejos. Nace ahí la leyenda del “judío errante”, en Francia, Holanda, Italia. El más acogedor será, paradójicamente, “el Turco”.

Curiosamente, la reina Isabel, mucho más radical que su marido, muestra ambivalencias. Mantiene a su médico y a su real ministro de hacienda, Abraham Senior, que incluso compra la libertad de 450 judíos pobres de Málaga, obligados a pagar rescate o caer en la esclavitud. Él finalmente se bautizará.

Nacen los Estatutos de Limpieza de Sangre a lo largo del siglo XV y aun del XVI. Comienzan las órdenes de los Gerónimos. Los últimos en aceptarlos fueron los jesuitas. Las órdenes de caballería siguen a las religiosas para perseguir a cristianos nuevos. También hubo quienes los enfrentaron, con la Biblia en la mano: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Más tarde le llegará el turno a los moriscos. Luego de la caída de Granada, también son perseguidos. En 1609 se le expulsa de España. Fueron 275 mil, aproximadamente, de los 8 millones que era todo el país.

El Tribunal de la Inquisición es omnipotente, aunque consulta con el Rey. Todo lo domina. Felipe II asume como un peligro a marranos, turcos y luteranos. Las guerras estimulaban la persecución. Cuando la Guerra de Sucesión (l701-1713) fue tremenda. Pero terminan los Habsburgos y asumen los Borbones, que son menos radicales. Felipe V reduce su poder. Carlos III dicta un reglamento para disminuir la arbitrariedad de la Inquisición. Más tarde, en 1687, eliminará el “gheto” y la discriminación contras los cristianos nuevos.

Se libra una batalla cultural, que comienza en los libros, mientras se expande por toda Europa. La Torá, el hebreo, pasa a ser el elemento aglutinante. George Steiner se queja de que el mundo judío contemporáneo está secularizado y que el Islam, en cambio, vive al pie del Corán. Con todo afirma: “Mientras haya un judío leyendo, sobreviviremos. Nuestra verdadera patria ha sido el texto”.

El Dr. Sanguinetti terminó su charla afirmando que este periplo dramático es la expresión mayor de la batalla por la tolerancia. Bonaparte, en 1808, suprime la Inquisición. La Constitución de Cádiz, en 1812, la había declarado incompatible con el Estado. Fernando VII la reinstala, pero ahora contra liberales y masones. Lo penoso es que no es una batalla definitivamente ganada, cuando hoy sufrimos el ataque a los valores de Occidente por un radicalismo musulmán intolerante y retrógrado. Baste recordar que en medio de un mundo que reivindica los derechos de la mujer, la mantiene en una condición totalmente subordinada. La filosofía de la Ilustración es la que comienza esa batalla y aún nos sigue inspirando. Como dijo Voltaire, autor del primer tratado sobre la Tolerancia, en célebre discusión: “No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero arriesgaría la vida por su derecho a seguir diciéndolo”.



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