La agricultura y los fondos solidarios

Por Tomás Laguna

La pésima cosecha de los cultivos estivales, en particular soja, repercutirá en la capacidad de cumplimiento de los agricultores con el endeudamiento contraído. No solamente con el sector financiero, sino también con los servicios y proveedores de insumos. La circunstancia determinó que unos y otros, promuevan la creación de un fondo financiero como salvavidas para superar la difícil circunstancia.

Mientras aún no se sabe a ciencia cierta cuál será el rendimiento promedio nacional de soja, cada nueva estimación reduce las anteriores al punto que hoy resulta difícil predecir que se llegue a los 1.000 kgs por hectárea promedio nacional. Se trató de una secuencia adversa dónde un agudo déficit hídrico mermó el desarrollo vegetativo del cultivo y en consecuencia la floración y llenado de grano, para luego en plena cosecha las lluvias complicar la entrada a las chacras obligando a cosechar en el barro en condiciones paupérrimas, con lugares donde la planta se desgranaba y otros las chauchas aún estaban verdes. Peor aún, el poco grano que iba a las tolvas difícilmente logre cumplir con el riguroso protocolo firmado con China, nuestro principal cliente.

Sin exagerar una debacle productiva cuya merma redundará en las arcas del Estado al momento de exportar el preciado producto. En el total de los cultivos estivales de secano, las gremiales rurales estimaron una pérdida productiva respecto del año anterior de U$S 924 millones, de esta 85% corresponde a la soja. Cifra que se debe relativizar en su comparación habida cuenta de la excepcionalidad de la cosecha de la oleaginosa en el 2017. Si se compra con el promedio de los cuatro años anteriores, a la pérdida por no cosecha sería algo menor. Como sea es un golpe muy duro para muchos productores que difícilmente podrán cumplir con sus obligaciones financieras en los próximos vencimientos.

Las preocupaciones no son solo del agricultor, también de los vendedores de insumos, los prestadores de servicios, los comerciantes de granos, y por supuesto los mismos bancos, todos enganchados por unanimidad en la suerte de aquel primero. Es así que adquiere vigencia la referencia a los fondos para financiar servicios de deuda, tal cual se instrumentaron en su momento en la lechería y en el arroz. Todos quieren cobrar, y aquellos productores con mayor nivel de endeudamiento, en particular quienes no tienen garantías patrimoniales, son los primeros en reivindicar esta herramienta financiera.

No obstante es necesario comprender que este instrumento parte de una premisa sin la cual no es viable: la solidaridad financiera obligatoria de todos los productores del rubro, necesiten o no de esta ayuda. Ocurre que la herramienta se repaga a partir de detracciones sobre las exportaciones futuras del producto en cuestión. Esto es, se necesite o no del fondo, todos los productores verán condicionados sus ingresos futuros por las quitas para solventar el servicio de deuda del mismo. Más aún, participar de los beneficios del fondo no exige responsabilidad patrimonial. Por lo tanto el abandono de la actividad de quien accedió al financiamiento por esta vía lleva a que los productores que sigan apostando al cultivo deban cargar con el peso del repago del total del fondo. Estas características hacen que el instrumento sirva para aquellos rubros con mayor integración en la cadena, como sin duda lo son el arroz y la lechería, pero de difícil aplicación en un rubro como la soja, absolutamente atomizado en su estructura productiva, con escasa o nula integración y un sistema de comercialización caracterizado por sistemas de cobertura de precios de contratación individual (bolsa de mercados internacionales). Esto último determina que sea muy ágil la salida del rubro, retirándose de la producción según el buen saber y entender de cada agricultor.

Analizándolo desde otra óptica pero llegando a similar conclusión. La cultura tambera impuesta concibe la producción integrada a una industria cooperativa que protege y apoya al productor en todas sus vicisitudes. Hay un compromiso de remisión diaria, en un rubro de piñón fijo dónde la opción de abandonar la producción es radical y definitiva, difícilmente haya un reingreso posterior, lo que lo convierte en un rubro más estable. Aun para aquellos que no remiten a la gran cooperativa madre. Con el arroz pasa algo similar. Precios acordados en el conjunto de todos los integrantes del rubro, un número acotado de productores (no superan los 600), canales de comercialización asociados a unas pocas industrias integradas verticalmente con la producción primaria. Es un rubro dónde es viable lograr acuerdos solidarios, tal cual se tratara de una cooperativa de ayuda mutua. En otras palabras, sistemas solidarios y paternales. Son conceptos muy caros en la cultura uruguaya. Pero no es para nada el caso de la soja, una actividad individual, más especulativa, y como tal propia del individualismo exitista del capitalismo y la economía de mercado. De hecho ni siquiera existe una gremial que represente los intereses de estos productores y que se constituya en un interlocutor válido y creíble, como si ocurre en la lechería y el arroz.

La necesidad tiene cara de hereje, y más aún cuando de urgencias financieras se trata. Así es que son muchos los que hoy reclaman un fondo sojero, pensando en los resultados inmediatos atendiendo los impostergables vencimientos del año en curso sin medir consecuencias a futuro. Como antes lo mencionamos, son los productores más ahogados, principalmente aquellos sin garantías patrimoniales, son los prestadores de servicios y los vendedores de insumos, ambos acreedores de los primeros, son las empresas de comercialización de granos preocupadas por mantener la actividad ante la lógica merma en la producción futura, son los bancos preocupados por recuperar los préstamos otorgados a la actividad sojera. Pero también algunas gremiales rurales, fundamentalmente aquellas más proclives a la presencia ordenadora y paternalista del Estado. Esto último no es malo en sí mismo si lo analizamos para algunos rubros de la producción familiar, pero no se condice con el “emprendedurismo” empresarial sojero.

Necesariamente habrá que buscar medidas que den oxígeno y compren tiempo para que la actividad no se recienta en los años próximos, pero no pasa por soluciones solidarias ni paternalistas. El caso a caso, con el compromiso individual de cada productor involucrado parece ser la opción a recorrer en la producción sojera. Para ello se requiere que las instituciones bancarias sean flexibilices al momento de renegociar plazos y demás condiciones atendiendo los tiempos propios de la actividad agrícola. Porque el sector financiero debe entender que no hay peor resultado que la morosidad generalizada, el campo ya pasó por ese drama y salir de la misma dificulta aún más recuperar los necesarios equilibrios financieros.



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