La AUF, el gobierno y el Mundial de 2030

El oscuro asunto de los audios que involucran a dirigentes del fútbol, e indirectamente a representantes del gobierno, remarca otra vez la falta de transparencia de un negocio que, si bien es privado, tiene una enorme influencia en la imagen del país. El antecedente pone en riesgo la quimera del 2030.

Los audios van a vienen, con acusaciones de unos contra otros, en un escenario que por lo menos levanta una serie de sospechas sobre una larga saga de acomodos e irregularidades. Aunque la Asociación Uruguaya de Fútbol es una organización privada, no hay dudas que por la popularidad del fútbol es como si se tratara de Ancap o de la Ute: lo que allí ocurre nos interesa a una enorme mayoría de los uruguayos y sus actuaciones repercuten en el estado de ánimo colectivo.

Además, a medida que se van conociendo los audios, se maneja la idea de que en las licitaciones operaron indebidamente figuras del Gobierno. En su edición de ayer, Búsqueda transcribe una de las grabaciones en las que uno de los protagonistas involucra a jerarcas del Ministerio de Interior, quienes desmintieron las versiones.

En lo que refiere estrictamente a la Auf, lo que está ocurriendo es, a pequeña escala, lo que ya pasó en la Fifa y en otras Federaciones: denuncias de corrupción en un negocio que genera enormes ingresos y que no está sometido a los controles públicos ni a auditorías confiables, por lo que la falta de transparencia y la arbitrariedad parecen ser las inconductas habituales.

Mientras la Fiscalía realiza las investigaciones correspondientes, y a cuenta de opiniones más definitivas, nos animamos a adelantar tres consideraciones generales.

En primer término, es necesario que los negocios vinculados al fútbol se realicen con transparencia y de acuerdo a los criterios de probidad y libre competencia que enriquecen la vida económica.

En segundo lugar, es necesario que los enormes fondos recaudados por todos los negocios que el fútbol genera sean volcados realmente a impulsar ese deporte, caracterizado por la presencia de empresarios muy ricos, pero con clubes muy pobres, o fundidos, con una infraestructura que deja mucho que desear, canchas y vestuarios muy precarios y sufriendo carencias de todo tipo. Se invocan por un lado las actuaciones de la selección y su muy promovido “proceso”, pero la realidad cotidiana no es exitosa ni alentadora.

Finalmente, un tercer aspecto de la cuestión nos lleva a pensar si, con esta estructura y esta modalidad de funcionamiento de las autoridades del fútbol, Uruguay está realmente en condiciones de coparticipar de la organización del campeonato mundial de 2030, una tarea que parece superar ampliamente la capacidad de organización que la AUF –y el país en su conjunto– ha demostrado hasta ahora. La iluminación de un estadio pequeño en el Parque Rodó y la instalación de unas pocas cámaras vigilantes han dado lugar a denuncias sobre negocios muy turbios... ¿Se imagina el lector lo que podría ocurrir con un evento mundial?



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