Israel y el impulso etnocentrista

Netayanhu está haciendo retroceder la calidad democrática con sus ataques a la libertad de prensa y a la cultura, sostuvo el ex Canciller israelí Shlomo Ben Ami, en una columna de opinión publicada por El País de Madrid que acá reproducimos.

Tras medio siglo ocupando el territorio palestino, Israel está sucumbiendo a sus más profundos impulsos etnocentristas y está rechazando progresivamente las fronteras reconocidas. Y ahora se encuentra en el camino de unirse al club de las democracias iliberales gracias al primer ministro, Benjamín Netanyahu.

En el transcurso de sus 11 años como primer ministro, Netanyahu ha reformado la psyché colectiva del país. Ha ensalzado al aislado, traumatizado “judío” —que además está en oposición a los “gentiles”, por no decir a los “árabes”— sobre el laico, global y globalizado “israelí” vislumbrado por los padres fundadores del país.

El propio Netanyahu es un cínico hedonista laico que se enfrenta a una investigación en curso sobre su presunta aceptación de generosos regalos ilegales por parte de un multimillonario de Hollywood. Pero le encanta jugar la “carta judía” en beneficio propio. En 1996 su promesa de ser “bueno para los judíos” le llevó al poder. En 2015, su advertencia de que los judíos debían correr a votarle o su destino quedaría en manos de “manadas” de árabes presuntamente acarreados hasta los colegios electorales.

Y lo mismo que apelar al elemento judío del pueblo gana elecciones, bloquea las negociaciones para una solución al conflicto israelo-palestino. La insistencia de Netanyahu de que los palestinos reconozcan a Israel como un Estado judío en 2014 fue la gota que colmó el vaso en un proceso de paz que ya agonizaba.

En muchos sentidos, el perfil político de Netanyahu casa con el de los republicanos estadounidenses más duros. Su mujer una vez se jactó de que, como él había nacido en EEUU, podría haber sido presidente de ese país. Probablemente él habría preferido esa vida, sobre todo por el poder absoluto que le proporcionaría. También le habría permitido evitar ocho frustrantes años de pique personal con el presidente Barack Obama.

En cualquier caso ahora Netanyahu se siente aliviado por tener a Donald Trump en la Casa Blanca, un republicano que piensa como él y que es, prácticamente en todo, lo opuesto a Obama. El anterior presidente de EEUU mostró empatía por las minorías y los inmigrantes, defendió los derechos civiles y humanos, consiguió progresos diplomáticos con Irán, buscó la paz en Palestina y, lo más problemático de todo, trató de que el líder israelí actuara responsablemente. Uno de los últimos actos de Obama como presidente fue hacer que EEUU se abstuviera en una votación de una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas contra la construcción de asentamientos israelíes en los territorios ocupados en lugar de vetarla.

Netanyahu prefiere con mucho el rudo charlataneo de Trump al liberalismo profesional de Obama. En efecto, Trump y Netanyahu tienen muchas cosas en común, tanto entre ellos como con otros líderes iliberales como el presidente turco Recep Tayyip Erdogan. Los tres consideran la abierta hostilidad contra los medios de comunicación como un medio para asegurarse y consolidar el poder. En pocas palabras, Trump ha lanzado una “guerra contra los medios”. Por su parte Erdogan ha reprimido la libertad de prensa deteniendo periodistas bajo la acusación de complicidad con el fallido golpe militar del pasado julio. Netanyahu actúa como ministro de comunicaciones de Israel desde finales de 2014. No es difícil seguir el hilo. Se supone que los medios fiscalizan a quienes están en el poder. De modo que estos tratan de acallarlos. Una manera de hacerlo es amplificar las voces que difunden alternativas más favorables, como Israel Hayom, un diario gratuito en hebreo dedicado a cantar alabanzas hacia Netanyahu.

El objetivo de este panfleto al estilo norcoreano no es obtener beneficios. En 2014 Sheldon Adelson, un magnate estadounidense de los casinos que durante mucho tiempo ha apoyado a Netanyahu y también ha ayudado a financiar la campaña de Trump, invirtió unos 50 millones de dólares en Israel Hayom, que ha perdido más de 250 millones de dólares desde su lanzamiento en 2007. Netanyahu adelantó unas elecciones en 2014 para proteger a su altavoz —que ahora ostenta la mayor circulación de la prensa israelí— de una iniciativa parlamentaria que amenazaba con dificultarle las cosas. Netanyahu siempre ha negado que tenga algo que ver con Israel Hayom, aunque él es prácticamente su director. ¿En calidad de qué otro cargo podría haber discutido con el propietario de su principal competidor, Yedioth Ahronot, la posibilidad de reducir la distribución de Israel Hayom a cambio de un tratamiento más favorable?

Pero por supuesto que Netanyahu no está haciendo todo el trabajo sucio al empujar a Israel hacia el iliberalismo y la censura y el acoso no están reservados exclusivamente a los medios. Naftali Bennett —líder del partido Casa Judía, un aliado clave en la coalición de extrema derecha de Netanyahu y la voz cantante para la anexión de las tierras palestinas— ahora ordena a los colegios que “estudiar el judaísmo es más importante que matemáticas o ciencias”. Una novela que narra una historia de amor entre un chico palestino y una chica judía ha sido prohibida en el programa escolar. A la ministra de Justicia, Ayelet Shaked, también militante de Casa Judía, no le gana nadie en su ardor ultrasionista. Ahora encabeza un ataque contra la última frontera de la democracia israelí, el Tribunal Supremo, criticándole por decisiones como la declaración de inconstitucionalidad del pasado abril respecto a la política israelí sobre el gas natural. Más recientemente Shaked ha aprobado la Ley de Lealtad en la Cultura, que establece en la “lealtad” del receptor al Estado judío el baremo de la financiación cultural gubernamental. Mientras, grupos de extrema derecha que apoyan la anexión siguen recibiendo un generoso apoyo tanto del Gobierno como de donantes judíos extranjeros. La noción de lealtad no solo se usa como arma contra los artistas. Una nueva ley —claramente dirigida a los representantes árabe-israelíes en el Parlamento (Knesset)— permitiría destituir a los parlamentarios por deslealtad hacia el Estado. Las ONG centradas en los derechos humanos y la búsqueda de la paz son investigadas como si fueran agentes extranjeros.

Para Israel la democracia ha sido siempre un bien estratégico porque un Israel democrático tiene un encaje natural en la alianza de Occidente. Mientras este no pierde el tiempo en imponer sanciones a la Rusia de Vladímir Putin por la anexión de Crimea, no ha castigado la ocupación israelí de tierras palestinas. En cualquier caso, cuanto más abraza Israel prácticas inspiradas en Putin, más débil se vuelve su conexión con su retaguardia estratégica en Occidente. Habrá que ver si el impredecible Trump cumplirá las expectativas de Israel. Lo que está claro es que debilitando sus credenciales democráticas Israel pone en peligro su vínculo vital con Occidente, incluyendo los Estados Unidos post-Trump.



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