“Hitleriano”: la no excepcionalidad del Holocausto y la banalidad del mal

Todo genocidio es excepcional, pero el Holocausto tuvo peculiaridades que deben tomarse en cuenta antes de intentar banalizarlo, asegura el académico mexicano Alejandro Frank en una notable columna para Letras Libres en la que responde a los desvaríos del gobierno de ese país. La compartimos a continuación.

Escribe Fabrizio Mejía Madrid en La Jornada del 2 de julio pasado: “La idea de considerar a Adolf Hitler como una excepción y a su ‘solución final’ como una anomalía en la historia, permite, paradójicamente, que se repita. Me refiero al comunicado firmado por el Comité Central de la Comunidad Judía en México del 29 de junio, que establece: ‘La comunidad judía de México rechaza el uso del término hitleriano para referirse a cualquier persona. Toda comparación con el régimen más sanguinario de la historia es lamentable e inaceptable’.”

A continuación aclara Mejía que el comunicado responde al juicio del presidente, que calificó de “hitleriano” a un publicista de origen judío que es crítico de su gobierno.

Más adelante, insiste: “…lo que me interesa es la idea de la excepcionalidad hitleriana, es decir, de su reducción a la solución final como algo que es tan raro que resulta incomparable con los genocidios en Ruanda o Bosnia. Algo fuera de la historia.”

Ciertamente, no parece que Mejía esté realmente interesado en analizar este último punto, sino en justificar el adjetivo utilizado por el presidente López Obrador. ¿Cómo lograrlo? Banalizando el mal, al dar licencia a la idea de que todos lo hacen y no es nada especial que no haya ocurrido múltiples veces.

Ante esta idea, habría que decir, primero, que todo genocidio es excepcional, sin excepción alguna.

Pero, a pesar de su manifiesta convicción de que el Holocausto nazi de judíos, gitanos y otras muchas víctimas es uno más entre otros genocidios, llamar hitleriano a un judío tiene connotaciones especiales, que Mejía tal vez debería ponderar.

Aunque el publicista Alazraki no sea célebre por su prudencia y simpatía, pertenece a un colectivo que llegó a nuestro país en busca de refugio tras perder a gran parte de sus familias, incluyendo una fracción de los 1.5 millones de niños judíos asesinados en las cámaras de gas junto con sus padres y abuelos, luego de bajar de trenes de transporte de ganado.

Como si se tratara de un problema industrial, durante años los nazis implementaron nuevas técnicas de transporte, manejo y control de productos químicos como el Zyklon B, experimentaron con sus víctimas como animales de laboratorio, desarrollaron nuevas metodologías de exterminio y optimizaron sistemas para esta gran industria de la muerte. Aun cuando la guerra estaba perdida, los nazis seguían transportando a toda prisa a los judíos húngaros, italianos y balcánicos entre otros. Desde bebés a ancianos, a todos. Los escasos trenes, vitales para transportar a la desbandada militar alemana desde Rusia, Ucrania, Bielorusia, Estonia y Lituania, eran requisados para su uso exclusivo en esta “solución final”.

El objetivo nazi de la guerra no era ya el “Lebensraum“, la expansión de su espacio vital, sino la eliminación de la faz de la tierra de todos los judíos y otras “razas inferiores”, incluyendo a personas con un solo abuelo judío. Los hornos de Auschwitz-Birkenau, Sobibor, Majdanek, Treblinka, Belzec y Chelmno trabajaban a marchas forzadas, día y noche.

Los nazis asesinaron también sistemáticamente y muchas veces por razones políticas a miles de católicos, masones, socialistas, anarquistas, comunistas, intelectuales, homosexuales, demócratas antinazis y otros, de múltiples nacionalidades. Por fortuna exceptuaron de llevar a los hornos a los hijos de los prisioneros que no portaban la estrella amarilla, tal vez porque no existían ni existen niños masones o comunistas, o niños disidentes o militantes antinazis. No tuvieron asomo de piedad, sin embargo, con los niños judíos y gitanos. Con helada imperturbabilidad y utilizando con gran eficiencia su avanzada tecnología, condujeron a sus víctimas a su prematura muerte.

El químico Primo Levi, gran escritor e integrante de las brigadas de la resistencia italiana, fue capturado en febrero de 1944, lo que le dio la oportunidad de constatar cómo los presos eran rápidamente reducidos a esqueléticas sombras sin dignidad, haciéndolos perder todo rastro de humanidad. En su libro Si esto es un hombre describe con notable desapego cómo el hambre llega a abarcar por completo el universo de los sentidos. Esta era la nueva normalidad de los lager, los campos de exterminio. El verdadero infierno sobre la tierra.

No es Hollywood quien ha inventado el infierno nazi. Son los prejuicios, la ignorancia y el fanatismo. Es la cobardía y la deshonestidad, la complicidad de la gente común, de los científicos e intelectuales que apoyaron a Hitler. La ausencia de solidaridad de otros países que fingían no saber lo que ocurría. Es el desolador pensamiento único que aborrece las diferencias y las condena a desaparecer.



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