Golpeando el espejo

Por Consuelo Pérez

Absolutamente ineficientes, inoportunas y confusas, son muchas de las exigencias que se le hacen a este Gobierno por parte de un sector de la población, también indefinido, y con fines que los mismos presuntos reclamantes desconocen, o ni siquiera pueden precisar.

Demás debería estar el hecho de aclarar que en una Democracia Representativa elegimos a quienes -valga la redundancia- nos representarán en los ámbitos donde el sentir ciudadano necesita manifestarse. En términos generales, así debería funcionar el asunto. No nos extenderemos en ello, pero no obstante mencionaremos que no siempre, lo que es sabido, el accionar de los encargados de tan noble tarea se corresponde con lo prometido, o lo esperado. Asimismo, lo resuelto en los ámbitos parlamentarios, debe ser respetado. Por los ciudadanos, y por los propios parlamentarios "perdidosos", aunque no les guste. Toda acción pública de los mismos que contravenga lo mencionado, no deja de ser una "manija", a la que es sabido, el terreno es fértil, fundamentalmente cuando la psiquis no está en calma.

Como las consabidas "redes", en las que no existe ningún mecanismo de "filtro" a lo que cualquiera pueda decir o expeler se han transformado en medios de difusión, las mismas son usadas por el frustrado ciudadano, por el ciudadano satisfecho, por el parlamentario al que no le gustó lo que en el edificio de mármol le tocó, pasando además por una gama de personajes y por múltiples pseudocolectivos, con expresiones y manifiestos dignos de la Teoría del Caos, en su versión más compleja. Así están las cosas, y seguirán estando, en todo tema que ataña, por ejemplo, al desempeño del gobierno.

Y es en ese ámbito, precisamente, donde se gestan aberraciones imposibles de concebir mediante otros mecanismos sensatos, confiables, o al menos identificados con el raciocinio, o con alguien que se haga cargo.

Pueden llegar a ser, las "expresiones populares" mencionadas, tan nocivas como irresponsables, pero en todo caso, nunca es bueno su resultado, pues su arenga surge generalmente de la desinformación, para empezar.

Como tenemos un triste ejemplo reciente que por su mecanismo ejemplifica algo de lo expresado, recordaremos que en "Twitter", donde "#UruguayCacerolea" había sido aparentemente "tendencia" desde la noche del lunes pasado, muchas personas parece que pedían que el gobierno tomara medidas más fuertes para frenar el creciente número de nuevos contagios y fallecidos. También fue "trending topic" (tendencia) "#CaceroleoPorLaVida", la que invitaba a la misma protesta, autodenominada "ciudadana".

Más allá de que no queda claro quién es el que convoca, o qué es lo que se pretende del Gobierno, concretamente, -para eso están los legisladores- no se sabe si es una persona, un grupo, si tiene nombre, o si es un robot -al cual por supuesto Asimov aconsejaría ignorar por su falta de respeto a la raza humana, si de inteligencia, hablamos- el responsable de la iniciativa, que no fue generada, pero si apoyada, por frenteamplistas. En su inmensa mayoría ciudadanos "de las redes", incluidos legisladores, a los que parece les gusta hurgar en esos rincones de la libertad "responsable". No lo afirmamos nosotros, es constatable en esos ámbitos oscuros.

Por supuesto que mucha gente se enteró de la insólita arenga, cuando escuchó sonar a lo lejos alguna cacerola o similar, acompañada de algún grito aislado. Triste. Desnorteado.

Sin ni siquiera detenerse a culpar -con razón- a los que ostensiblemente han violado las recomendaciones y también las leyes que ese Gobierno ha dictado para combatir el virus y su movilidad, es difícil ignorar el carácter político -aunque no se lo declare explícitamente- y de queja ridícula, que tienen estas manifestaciones "populares" que, además, en la actual circunstancia, son irrespetuosas para muchos que efectivamente han actuado con responsabilidad social.

De nada sirven ahora estas exacerbaciones ruidosas -lata mediante- de "responsabilidad", pues el virus no se inmuta ni se espanta por ello, y en todo caso, los golpes son hacia uno mismo, interpelando así nuestro real compromiso.

En los años cuarenta del pasado siglo, la plaga de la langosta asolaba el país, y las mismas se paraban en los plantíos y vegetación que se cruzaba a su paso, con la consecuente devastación. Para tratar de evitarlo, contaban nuestros abuelos que, para espantarlas, a la hora de la siesta, golpeaban infructuosamente latas, para así tratar de conseguir que se fueran.

No. No es a los golpes.




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