Gaza y nosotros: algunas reflexiones

Por Jonás Bergstein

Transcurridos algunos meses luego de los episodios en la Franja de Gaza de julio y agosto del año que finaliza (y su enorme impacto mediático), y superado ya el clima electoral de los últimos tiempos, creemos que es hora de levantar la mira, proyectarse hacia el pasado y procurar sacar algunas conclusiones de los acontecimientos vividos.  No me refiero a las consecuencias geopolíticas en el Medio Oriente —ni en ámbito internacional alguno— sino a las consecuencias de aquellos sucesos en el medio estrictamente local.  Porque si bien los hechos hoy pueden parecer algo distantes, lo cierto es que en esos dos meses en el Uruguay se vivieron horas de tensión en lo que hace a las relaciones de Uruguay con Israel —las peores horas que este cronista recuerda en lo que hace a esas relaciones— y con los judíos; de hecho, en aquellas circunstancias, la prensa llegó incluso al extremo de informar que el gobierno patrio evaluaba llamar en consulta a su Embajador en Israel.

Al parecer, muchos parecen haber dado por superado el tema: esto es, no desconocen su entidad, pero entienden que, superada la efervescencia de aquella hora y apaciguados los ánimos, es hora de dar vuelta la página y mirar hacia adelante.

Naturalmente, es un punto de vista respetable, si bien no tenemos el honor de compartirlo. Mi padre hablaba de cierta resistencia innata de muchos judíos a verse sometidos o expuestos a una discusión pública. Es lo que algunos han dado en llamar “la política de no hacer olas”. Según se verá, no es ese nuestro caso. A criterio de quien esto escribe, sería deseable un debate abierto de la sociedad uruguaya toda sobre estas cuestiones, con participación de judíos y no judíos por igual.  No tanto —o no sólo—  para profundizar en la postura que el gobierno nacional asumió a su respecto, sino también para tratar de entender el significado (y la dimensión) de lo acontecido para todos nosotros como sociedad.  O sea, qué podemos aprender —todos— a partir de lo sucedido en Uruguay en aquellos días, no sobre el Medio Oriente, sino sobre nosotros, sobre lo que somos o no somos. No se nos escapa que son temas que acaparan primariamente la atención de los judíos, pero creemos que son también, en medida no menor, temas que nos hacen a todos.

Alguien escribió alguna vez que los judíos representan algo así como la conciencia de Occidente. Aunque a primera vista pudiera parecer un exceso, quizás haya algo de cierto en esa reflexión; quizás sea por eso que todo lo que atañe directamente a tan pocos —los judíos— interese a tantos (los occidentales en general).  No es casualidad que el propio ex Presidente Sanguinetti pudo decir alguna vez que “sin la libertad del pueblo judío, no podríamos hablar de la libertad del resto”. Tampoco es casualidad que las naciones históricamente más ligadas al Estado de Israel hayan sido las democracias más sólidas.

A ese análisis, se suma —en el caso de Uruguay— una dimensión política: la singular relación de Uruguay con Israel.  Nos referimos a la identificación histórica de Uruguay con la causa del Estado de Israel, que precede largamente a este último y que, para nosotros —nos comprenden las generales— hace a la definición del ser uruguayo. Lisa y llanamente nos resulta difícil concebir un Estado uruguayo no identificado con la causa del Estado de Israel, de la misma manera que entendemos impensable un Estado uruguayo o un Estado judío que no sean democráticos.

Con ese largo introito, siguen a continuación, expuestas a manera de síntesis, algunas de las lecturas que nos permitimos ensayar a partir de los sucesos en Gaza y las reacciones que generó entre nosotros:

1. Se ha puesto de relieve, una vez más, la existencia en el Uruguay de lo que la Prof. Teresa D’Auria ha dado en llamar un “antisemitismo primario”, es decir, esa herencia cultural recibida de España —y a través de ella, de la Iglesia— que nos ha legado una actitud inquisidora y prejuiciada respecto de los judíos. El prejuicio sigue latente (y no sólo en la comarca), al acecho para estallar ante la más pequeña chispa. 

2. Quienes hablaron de un “genocidio” por parte de Israel —desde el propio Presidente de la República para abajo— nunca pidieron —hasta donde nos consta— una disculpa formal; tampoco rectificaron sus dichos de una manera categórica y contundente.  Quizás no capten que expresiones de ese tipo agravian no solamente a Israel sino también a sus compatriotas, en el país y en Israel. (O quizás no les importe, o quizás, tanto o más grave, ni siquiera los visualicen como compatriotas).

3. Hasta donde sabemos, no vimos expresiones públicas de apoyo y solidaridad al Estado de Israel por parte de ninguna figura política claramente identificada con la coalición del Frente Amplio (ni con la central sindical PIT-CNT, tan generosamente bien dispuesta cuando de criticar a Israel se trata, a pesar de que Israel es uno de los pocos países del mundo virtualmente creados por una central obrera —quizás por ser israelí no ingrese en el conteo de algunos). Nos queda claro que para aquel sector, la adhesión explícita a la causa de Israel (y a la causa judía en general —ocioso resulta volver una vez más sobre los matices entre una y otra) es casi una mala palabra (hoy se diría: “políticamente incorrecta”). Más: hay quienes creen que sumarse al carro del repudio a Israel les reporta suculentos votos y que, a la inversa, apoyar esa causa se los resta (lo peor, me temo —¿para qué hacernos trampa?— es que eso quizás sea cierto, vaya uno a saber).  En otras palabras: al menos en un período electoral, nadie del Frente Amplio se la va a jugar abiertamente por la causa de Israel. De muestra sirve un botón: en el contexto del triste período al cual nos estamos refiriendo, circuló un texto de solidaridad con Israel entre los laureados con el Premio Jerusalem; ninguna figura identificada —al menos clara y notoriamente— con aquella coalición política sumó su firma al remitido. Fueron los únicos —o casi los únicos— que se abstuvieron. Si la causa de esa abstención fuere diversa a la que apuntamos más arriba, ciertamente quisiéramos conocerla.

4. No hay que llamarse a engaño. Si alguna duda hasta ahora podía caber, creemos que las mismas han sido disipadas: el rechazo al Estado de Israel es connatural al partido de gobierno, el MPP. Nos puede resultar doloroso, pero más doloroso sería pretender negarlo o minimizarlo. Desde el vamos, ese mismo grupo político —siendo éste sí un partido (no una coalición)— ha mantenido una clara línea anti-israelí, de manera invariable y consecuente a través de sus cinco años al frente del gobierno.  No hay nada sorprendente: cuando el Presidente José Mujica recibió el Premio Jerusalem en el año 2010 —nadie sabe muy bien a título de qué—, en su discurso alusivo omitió toda referencia explícita al Estado de Israel.

5. El sector actualmente en el gobierno se propuso un cambio de rumbo en una política exterior asentada desde tiempos inmemoriales: a saber, marcar distancia respecto del Estado de Israel, y al mismo tiempo estrechar vínculos con la causa palestina. Ambos derroteros fueron acabadamente alcanzados: las relaciones con el primero hoy son bastante más frías, y la existencia de una Embajada palestina en Uruguay es un hecho.

El próximo gobierno ha transmitido algunas señales de viraje en lo que refiere a ciertos temas y a cierto estilo de gobernar. Desconocemos sus intenciones en esta materia. Va de suyo que la ocasión sería más que propicia para intentar re-encauzar los vínculos esenciales con el Estado de Israel, de los cuales nuestro país nunca debió apartarse. Ojalá no sea ésta una utopía.




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