Gardel, el mejor

Tu destino de ave es un canto y un vuelo
Y fue quizá por eso que en tu ascenso triunfal
Como pájaro herido cuando ya toca el cielo
Caíste para siempre, para ser inmortal.


Estos son los últimos versos de un tango –El Pájaro Muerto– cuya letra, llena de sentimientos y poesía, fue escrita por el doctor Juan Carlos Patrón pocas horas después de la muerte de Carlos Gardel, el 24 de junio de 1935, en un accidente aéreo ocurrido en Medellín, Colombia.

Es difícil explicar el fenómeno Gardel, el artista, el hombre, el mito. Gardel fue el padre del tango-canción. En 1915 grabó “Mi noche triste” con José Razzano, inaugurando la era del tango-canción.

Con Alfredo Le Pera compuso decenas de tangos famosos, en París vendió más de 100.000 discos en menos de un año. En Estados Unidos filmó 11 películas.

Había grabado cerca de 800 temas cuando murió.

Gardel es un enigma extremadamente complejo: “ha convocado a ensayistas y antropólogos, historiadores y sociólogos, poetas y prosistas, eruditos y charlatanes”.

“Por algún lado debe de andar la explicación racional de la persistencia de la devoción popular o la supervivencia de Gardel”.

El Mago “fue el forjador de su propia leyenda; llenó de sombras los pasajes más puntuales de su historia personal”. Produjo además “confusiones sobre su edad real”.

Parte de su vida –su origen, sus padres, su niñez- está tejida con líneas dramáticas, que han generado un pasado tumultuoso y algo misterioso.

Su voz de barítono ha subyugado sin cesar desde los principios del Siglo XX. Y no es sólo su canto, es su inigualable interpretación. Enrico Caruso le dijo alguna vez: “usted tiene una lágrima en la garganta”.

Juan Carlos Esteban afirmó que “hay una insospechada simbiosis entre la sociedad de su tiempo y Gardel; un diálogo inaudible entre el elegido y su pueblo”.

Julio Cortázar escribió en cierta ocasión que “a Gardel hay que escucharlo en la vitrola, con toda la distorsión y las pérdidas imaginables; su voz sale de ella como la conoció el pueblo que no podía escucharlo en persona”.

Gardel fue un fanático de las carreras; fue propietario de “Lunático”, un pingo de segundo orden, famoso sólo gracias al cantor. Generalmente conducía al caballo el mejor jockey de la región de todos los tiempos: Irineo Leguisamo, amigo inseparable del artista.

Uno de los mejores tangos de El Mago fue dedicado al jockey: “Leguisamo solo”. Hay otro que relaciona al turf con la vida: “Por una cabeza”. Esta pieza se ha oído en varias películas, sobre todo se recuerda que Al Pacino baila en “Perfume de mujer”.

Es difícil escribir sobre Gardel: en realidad, fluye a la mente que “sobre el tango y sobre Gardel se ha escrito todo”. Y, sin embargo, siempre falta algo, un recuerdo, una anécdota, una cita.

Estas son unas pocas, atrevidas, líneas que solo aspiran a recordar a un hombre singular, cuya muerte se transformó en leyenda.

Sólo queda por repetir aquella frase: “todos sabemos que ser Gardel es ser el mejor”.



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