Encrucijada chilena

Nunca desde 1990 se ha vivido una situación electoral tan decisiva como la que se dará el 17 de diciembre en el país trasandino, interpreta David Gallagher, Director del Centro de Estudios Públicos, en este análisis que creemos de interés reproducir.

El 19 de noviembre parecía ser un día estelar para Chile Vamos, la coalición de centroderecha. Eligieron 73 de los 155 escaños en la Cámara de Diputados, un éxito inédito desde el retorno de la democracia en 1990. Su gran rival, la Nueva Mayoría, la coalición del Gobierno, obtuvo —sumando a los demócratas cristianos, quienes están inquietos con la influencia del Partido Comunista en la coalición— solo 53. Eso sí, el Frente Amplio, de una izquierda más radical, populista y juvenil, modelada en Podemos, irrumpió con unos inesperados 20 escaños. Pero, a toda vista, parecía estarse produciendo una sana alternancia en el poder, porque además parecía seguro que Sebastián Piñera iba a ganar la elección presidencial en segunda vuelta el 17 de diciembre. Su Gobierno de centroderecha de 2010-2014 ya iba a dejar de ser visto como una anomalía en un país en que el centroizquierda tenía una supuesta mayoría estructural. Esto se lograba debido a la notable radicalización del centroizquierda en el actual segundo Gobierno de Michelle Bachelet, que había dejado huérfano al votante de centro de la Nueva Mayoría. Chile Vamos parecía haber aprovechado la oportunidad para seducirlo. Guiado por Piñera, había logrado más universalidad, trascendiendo su condición minoritaria.

Pero esa noche del 19 pasó algo que complicó esta lectura de los resultados. Piñera sacó el 36,64% de los votos. Una gran votación para una primera vuelta si no hubiera sido por encuestas que le daban bastante más del 40%. Por lo que, por una cuestión de expectativas, su triunfo pareció una derrota. Para agregarle más pelos a la sopa al centroderecha, José Antonio Kast, un candidato que reivindicaba a Pinochet y que predicaba una agenda valórica ultraconservadora, sacó un contundente 7,93%. Y a pesar de que esa noche fue una catástrofe para la Nueva Mayoría —su candidato, Alejandro Guillier, logró un magro 22,70% frente a una Beatriz Sánchez, del Frente Amplio, quien obtuvo un impactante 20,27%— el Gobierno decidió salir a celebrar. Sumando el voto de Sánchez y de otros candidatos de izquierda al de Guillier, concluyó que el electorado apoyaba sus reformas radicales. Es lo que transmitió una triunfante presidenta Michelle Bachelet cuando apareció esa noche en la televisión. ¡Por arte de magia, el vencido era de repente el centroderecha!

Esta estrategia del Gobierno, por descarada que parezca, ha tenido éxito porque la segunda vuelta ya no se ve ganada para Piñera como antes. Por mucho que parezca dificilísimo que Guillier suba del 22% al 50% (cabe señalar que el Frente Amplio ha sido reticente a apoyarlo), y por mucho que Piñera sume los votos de Kast para llegar al menos al 44%, es tremendo el poder del Gobierno en estas ocasiones; y el de Bachelet lo ha estado abusando sin pudor. Desde que ella, la noche del 19, abandonó toda pretensión de prescindencia republicana, el Gobierno ha estado haciendo lo imposible para evitar que se instale una verdadera alternancia en el poder.

Por eso nunca desde 1990 ha habido una encrucijada electoral tan decisiva como la que se dará el 17. Yo soy un votante ecléctico que busca las mejores políticas públicas. Con mucha honra voté por el socialista Ricardo Lagos en 1999-2000. Pero estoy seguro de que el centroderecha es la mejor alternativa hoy, por varias razones. Porque el sano espíritu socialdemócrata de un Lagos ha sido abandonado por la izquierda, y es el centroderecha el que ahora lo adoptó. Porque el centroderecha también ha cooptado el hábito de moderación, de avances prudentes basados en consensos, que antes caracterizaba al centroizquierda y que este abandonó, por decidir que había que avanzar —como dijo famosamente uno de sus líderes— “con retroexcavadora”. Porque el centroderecha ya demostró en el primer Gobierno de Piñera que valora la eficacia profesional, atributo desechado por el Gobierno actual al debatirse entre el voluntarismo y la improvisación. Finalmente, porque el centroderecha tiene las herramientas para devolverle a Chile una tasa razonable de crecimiento tras cuatro años de estancamiento.

Pero todo esto pende de un hilo. No lo creo probable, pero no es imposible que gane Guillier el 17, en representación de una Nueva Mayoría que ya no tiene ni fuerza ni mayoría, y que para gobernar dependerá del populista Frente Amplio.



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