El hoy del ayer

Con ese título, el Dr. Julio Ma. Sanguinetti publicó en El País una nota –que es interesante reproducir– en la que evoca la guerra de “los seis días” y las constantes agresiones al Estado de Israel

Hace medio siglo, en 1967, pasaron muchas cosas. En nuestra América Latina se publicaba en Buenos Aires “Cien años de soledad” y moría el Ché Guevara, en Bolivia, solo y traicionado. En Europa se estaba gestando la primavera de Praga, que sería un intento de crear un “socialismo de rostro humano”, aplastado luego por los tanques soviéticos con el aplauso de la intelectualidad de izquierda en Occidente; también los movimientos estudiantiles que al año siguiente pondrían a toda Francia en vilo y encenderían en el mundo entero una revolución juvenil.

En el Medio Oriente, a su vez, ocurría un conflicto trascendente, cuyas consecuencias siguen vivas. Como es sabido, en 1947 Naciones Unidas creó dos Estados, uno judío (Israel) y otro árabe, lo que fue violentamente rechazado por el mundo árabe, para intentar borrar del mapa a quien hasta hoy consideran su mayor enemigo.

En aquel mes de junio de 1967 se produjo un conflicto global. Egipto, Siria, Irak y Jordania se coaligaron para dar un golpe decisivo a Israel. Desde el conflicto por el Canal de Suez, en que Egipto se había enfrentado a Francia e Inglaterra (a los que ayudó Israel), había permanecido en el Sinaí una fuerza de interposición de Naciones Unidas. En mayo, Nasser exige el retiro de esa fuerza multinacional y bloquea el estrecho de Tirán para la navegación de buques israelíes. De inmediato pone en la frontera 1.000 tanques y 100.000 soldados. Jordania, que ocupaba entonces la Cisjordania y Jerusalem (a cuyos lugares sagrados no podían acceder a los judíos) moviliza sus tropas mientras Siria, que dominaba las estratégicas alturas de Golán, desde donde podía bombardear con facilidad a Israel, hizo lo propio y quedó así configurado un frente múltiple muy difícil de enfrentar. De paso, recordemos que la franja de Gaza estaba ocupada por Egipto.

En esa hipótesis, cuando se corta la navegación del Mar Rojo, Israel -asumiéndolo como un acto bélico- discute si espera un ataque o da el primer golpe. Su Estado Mayor concluye que es imposible la defensa si no se inmoviliza por lo menos a la aviación egipcia y así, el 5 de junio, organiza un ataque (conducido por Ezer Weizman, a quien conocí siendo él ya Presidente). Por su parte, el general Ariel Sharon (a quien también conocí siendo Ministro y luego Primer Ministro) toma Gaza, que estaba en manos de Egipto (cosa importante) y avanza con el general Yoffe sobre el Sinaí para reabrir el estrecho de Tirán. Mientras tanto, “Mota” Gur, con sus paracaidistas, retoma los lugares sagrados en un episodio cargado de emoción y simbolismo. Como periodista, estuve en Israel pocos días después y recuerdo que vi al general en la calle, donde se había parado el tránsito al reconocerlo la gente.

Desde entonces, no ha habido un día de calma. Los países árabes podrían haber creado su Estado Palestino en Cisjordania, Jerusalem Este y Gaza, pero prefirieron la opción fanática por la guerra. El desafío era hacer desaparecer a Israel, el que al término de esa fulminante guerra de 6 días, en que había quedado dueño de la situación, ofreció devolver los territorios adquiridos a cambio del reconocimiento y la paz. Se rechazó la oferta. Como volvió a pasar cada vez que se intentó un arreglo global. Pese a todo, en el acuerdo de Oslo se aceptó la constitución de una Autoridad Palestina y antes, en Camp David (en 1978), Israel devolvió el Sinaí a Egipto, en un acuerdo de paz que se ha mantenido hasta hoy. Después de Oslo, Barak, otro general entonces Primer Ministro, ofreció un acuerdo generoso de devolución que, prácticamente, retrotraía la situación a antes de la guerra. Arafat rechazó el ofrecimiento. Más tarde, en 2005, se hace el llamado programa de “desconexión” y el mismo Sharon que había arrebatado Gaza a Egipto, lo devuelve, ahora a la Autoridad Palestina. Con la consecuencia de que, desde esa zona, se ha organizado un constante ataque a los israelíes vecinos de la frontera.

O sea que, desgraciadamente, la devolución de territorios solo ha funcionado con Egipto, pero no con el resto. Es una ingenuidad la propuesta que mucha gente de buena fe hace, pensando que el abandono de esos territorios será una real garantía de paz. Como es una formidable falacia ubicar a los palestinos como si hubieran sido invadidos, cuando en 1964 no eran un Estado, estaban diseminados en varios países, fundamentalmente en Jordania, donde fueron implacablemente perseguidos en el tristemente célebre “setiembre negro” en que el Rey Hussein expulsó a la OLP y Arafat.

El triunfo militar israelí, ratificado más tarde en varios episodios, cambió la mirada internacional. Ya el pequeño David había mostrado una fuerza formidable y en consecuencia dejaba de ser víctima. Además, en 70 años construyó una sólida democracia, de pluralidad increíble, en cuyo parlamento conviven una decena de partidos que van desde judíos ortodoxos hasta sionistas de izquierda y un partido árabe. Su fuerza militar y el éxito de su sociedad hoy le enajenan simpatías en favor de un pueblo palestino al que los líderes árabes han condenado al aislamiento y nada han hecho para elevar su nivel de vida en lugares como Gaza, donde se hacinan en medio de la pobreza.

Cincuenta años después seguimos en un debate que suma todas las intransigencias contra Israel. Ya no se invoca el antisemitismo. La consigna ahora es el “antisionismo”. El primero desprecia a las personas, el segundo niega el derecho a que esas personas puedan reunirse en una nación. Es contra lo que todavía tenemos que luchar quienes, a lo largo de toda nuestra vida, hemos abrazado la causa de ese Estado que dio hogar al pueblo más perseguido de la historia.



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