El engaño sobre la matriz productiva

La propuesta oficial para instalar una tercera planta de celulosa viene a confirmar otro fracaso ideológico del Frente Amplio, al demostrar que no pudo innovar ni aportar nada al “cambio de la matriz productiva”.

El “cambio de la matriz productiva”, con la incorporación de nuevos sectores industriales y tecnológicos, fue uno de los principales caballitos de batalla del Frente Amplio mientras fue oposición.

La crítica a la economía basada en las exportaciones agrícolas y el diseño de un utópico país industrializado que explotaría al máximo sus recursos con alta proporción de incorporación tecnológica y laboral ha quedado vergonzosamente por el camino, ya que el Frente Amplio se dedicó desde 2005, con mediano éxito mientras ayudó el viento de cola del exterior, a repetir el modelo ya consagrado anteriormente.

El último cambio de la matriz productiva que conoce el país es, precisamente, el que impuso el gobierno colorado al incorporar la celulosa, que hoy es el segundo rubro exportable del país. Durante los gobiernos del Frente no hubo ninguna innovación, pese a que el programa oficial de la coalición  estableció pomposamente que “Es fundamental aprovechar esta coyuntura favorable para construir capacidades para un desarrollo sostenible en el tiempo; en particular, teniendo en cuenta las fuertes inestabilidades que han caracterizado y continúan caracterizando a la economía capitalista. En lo referente al desarrollo productivo, el mismo consiste en un proceso de transformación, especialización y diversificación de las estructuras productivas”. El Programa de 2014 reiteró esos conceptos y sostuvo que “el cambio estructural en curso...”.

Sobre ese punto, el cambio estructural, el ex ministro de Economía y Finanzas Fernando Lorenzo – cuyo procesamiento acaba de ratificar la Justicia en segunda instancia –abundó en abril de 2013, con la soberbia con la que hasta entonces encaraba sus apariciones públicas, sosteniendo que la minería de gran porte como el proyecto Aratirí era la expresión clara y terminante de que el cambio estaba en marcha.

Sin embargo, Aratirí naufragó, como naufragó el puerto de aguas profundas, la reforma del ferrocarril y tantas otras cosas que se prometieron alegre e irresponsablemente. Tampoco hizo nada el Frente Amplio por los sectores típicamente industriales ya instalados, como el textil o el automotriz, donde notoriamente estamos en retroceso. Ni qué hablar de la concentración de la propiedad de la tierra, la más alta que registra la historia del país, lo que enterró para siempre el icónico y legendario reclamo por reforma agraria. La concentración de la tierra es un proceso vinculado a los factores internacionales de inversión, pero el Frente Amplio declinó limitar por ley esa tendencia, contradiciendo flagrantemente su prédica histórica. El fracaso político e ideológico es completo.

Y cuando las papas queman, como ahora, el actual gobierno sólo se anima a repetir el modelo colorado, tan criticado anteriormente. La celulosa, denostada incluso por el presidente Vázquez cuando era candidato, será ahora la tablita de salvación.

El único cambio que se ha venido verificando en este tiempo es la mayor proporción de las energías renovables en la generación total de energía, aunque todavía el país está muy lejos de las promesas del anterior director de energía, el locuaz Ramón Méndez, quien prácticamente nos aseguraba en el quinquenio anterior que íbamos a poder prescindir del petróleo, de cuya importación depende aún más del 50% de la generación energética.

Pero aclaremos, esa innovación no fue invento del Frente Amplio sino también del partido Colorado, que votó la ley de marco energético regulatorio –a la que el Frente se opuso en las cámaras e incluso a través de un referéndum luego fracasado– y la ley de inversiones, ambas de 1998, legislación a la que también los sectores frentistas se negaron férreamente.

Así como ocurre en otras áreas, lo que queda es el gran engaño, según el cual el Frente Amplio se beneficia de la obra colorada –a la que criticó ferozmente– sin  haber hecho nada novedoso por la producción ni la innovación tecnológica.



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