El desastre Zabala
Arruinar uno de los rincones más hermosos de la capital uruguaya, para rendir tributo a la corrección política de “privilegiar al peatón”, ignorando contextos urbanos y modos de hacerlo, fue lo que logró la Intendencia frenteamplista, en un desaguisado más de los miles y miles que la han caracterizado.
La Plaza Zabala, diseñada por el paisajista francés Édouard André e inaugurada el 31 de diciembre de 1890, ha sido siempre un rinconcito de la ciudad que enorgullece a los montevideanos.
Su disposición oblicua, fruto de haber sido emplazada en donde supo erigirse el Fuerte Grande (sede de la Gobernación de Montevideo antes de la independencia y, luego de ésta, del Poder Ejecutivo), es un desafío al damero español clásico de la Ciudad Vieja.
Pero la Intendencia de Montevideo, que persiste —con fruición digna de mejor causa— en los mamarrachos, decidió hacer una intervención decidida evidentemente por quienes no tienen la menor idea de nada y siguiendo las sugerencias del danés Jan Gehl en materia de diseño urbano, decidieron aplicarlas a un ámbito para el cual, evidentemente, no estaban pensadas.
Instalar “estaciones de descanso” en la Peatonal Sarandí, por ejemplo, luce perfectamente razonable. ¿Pero en la Plaza Zabala, en ese pequeño rincón parisino, instalar una “estación de descanso” sobre la acera, con unos bancos de madera que y jardineras que rompen la armonía del entorno y, a lo sumo, invitarán a que personas que viven en la calle las transformen en sus “bungalows” particulares?
El costo de esta “intervención blanda” (porque es reversible) no está claro. Se mencionan cifras disparatadas: desde $ 5 millones y medio a $ 15 millones. La Intendencia deberá aclarar el punto más temprano que tarde.
Y en cuanto a las posibilidades de que este desaguisado urbano —que ha despertado la indignación de vecinos y especialistas en diseño— pueda ser enmendado, la Intendencia se ha limitado a decir que evaluará “sus impactos físicos-ambientales y su intensidad de uso, así como su pertinencia, sus ajustes y su posible permanencia” y, agregando dialecto políticamente correcto al mamarracho, que el propósito de éste es su “apropiación por parte de vecinos y vecinas de la zona y de los y las visitantes ocasionales”. Cartón lleno.
Daniel Martínez, de licencia durante el año electoral, se ha limitado a señalar con la rigurosidad que lo caracteriza: “¡Después la gente se acostumbra!”.
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