El abatimiento del desempleo juvenil como prioridad

Por Ruth Furtenbach

El desempleo sigue aumentando y ya es alarmante en la población más joven. Tal como lo señalara hace unas semanas atrás en una columna anterior, la caída del empleo viene registrando los valores más altos en los últimos 12 años.

Según datos proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística, cerca del 10% de nuestro país se encuentra sin trabajo. Pero la cifra asciende al 27,3% para los menores de 25 años, llegando al 32,9% las mujeres desempleadas en esta franja etaria, en el último trimestre.

De acuerdo al análisis presentado por Bafico y Michelin esta semana en “Economía y Mercado” de El País (12/8/2019), hubo una caída en la cantidad de puestos de trabajo por el deterioro gradual de la economía uruguaya, lo cual repercute con mayor intensidad en los más jóvenes, que sufren la falta de oportunidades, que también deteriora los incentivos a la capacitación y fomenta la emigración. Como bien destacan estos los autores, “este es un proceso que impacta directamente en la capacidad de producción y crecimiento de la economía (…), al limitar la cantidad y productividad del trabajo humano disponible a futuro”.

Esta semana, con motivo del “Día Internacional de la Juventud 2019”, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) manifestó que la desocupación juvenil es un desafío para el futuro del trabajo en América Latina y el Caribe, donde alrededor de 10 millones de jóvenes no logran incorporarse al mercado de trabajo. El informe sobre "Perspectivas sociales y del empleo en el mundo -Tendencias 2019", publicado por la OIT a principios de este año en Ginebra, señala que la tasa de desocupación juvenil promedio de América Latina y el Caribe fue de 17,9% en 2018, dejando en evidencia que nuestro país ostenta índices alarmantes con relación a ese promedio.

Por su parte, el informe de CEPAL/OIT titulado, “La transición de los jóvenes de la escuela al mercado laboral" (2017), destaca que la intervención del Estado es fundamental para facilitar transiciones exitosas de la escuela al trabajo. Dice que en la mayoría de los países de América Latina se han implementado un conjunto variado de iniciativas en materia de políticas, planes y programas con el objetivo de mejorar la empleabilidad de los jóvenes, señalando que, en el caso de Uruguay se aprobaron en 2013 y 2015 la ley de “Inserción al Empleo Juvenil” y la “ley de Empleo Juvenil” respectivamente. Lo cual no parece haber surtido ningún efecto a la luz de los números negativos que arrojan las estadísticas sobre desempleo y ocupación juvenil en nuestro país.

Los esfuerzos llevados a cabo aparentemente por el gobierno actual, han resultado infructuosos y resulta altamente preocupante el futuro de estos jóvenes desocupados que recién empiezan y no constituyen solo fuerza productiva actual sino futura, mientras no se vayan a buscar más y mejores oportunidades en el exterior.

Todo lo cual hace pensar que estas políticas han fracasado rotundamente en la comunicación de sus propuestas o que directamente los incentivos a la contratación de estos jóvenes no fueron lo suficientemente atractivos o convenientes para las empresas. Lo cual denota que debe existir un verdadero compromiso de las autoridades públicas responsables de estos temas que se traduzca en acciones reales y concretas tendientes a solucionar efectivamente este problema.

Según el estudio de CEPAL/OIT antes mencionado, en el proceso de transición entre la escuela y el trabajo, los jóvenes a los que se suele prestar mayor atención son aquellos que presentan mayores dificultades o riesgos para la inserción laboral plena, destacándose en este grupo los que presentan mayor riesgo de abandono escolar, implementando programas de retención escolar como así también los relacionados con la inversión en calidad, pertinencia y acceso a la educación.

Se trata de un gran tema que merece un capítulo aparte cuando en nuestro país seis de cada diez adolescentes no terminan el liceo, presentando la tasa mayor del continente según datos recientes aportados por Banco de Desarrollo de América Latina. Lo que indica que las mejoras en nuestro sistema educativo no pueden esperar ya que tenemos serios problemas con repercusiones tan importantes como estas que deben resolverse con urgencia.

Existe consenso a nivel mundial acerca de que la mejor política de empleo para los jóvenes es aquella que los retiene el mayor tiempo posible en el sistema educativo. Está comprobado que cuanto mayor es el tiempo de estudio, menor es el tiempo que transcurre hasta que encuentran empleo. Pudiendo ser muy interesante también, tomando en cuenta que la generación de empleo tiene relación directa con la empresa, la idea de promover desde el sistema educativo habilidades que le permitan a los jóvenes que así lo deseen, desarrollar el perfil del empresario para lograr su propio emprendimiento.

En términos generales, los expertos sugieren que las políticas consideren no solo aspectos de la oferta como los que venimos de exponer, sino también de la demanda de trabajo, a través de subsidios salariales, incentivos para el emprendimiento y mejoras en los sistemas de intermediación laboral. También sugieren que es de gran importancia que cualquier iniciativa de este tipo se base en un contexto de diálogo social, procurando no generar tratos discriminatorios contra los jóvenes ni contra ningún otro tipo de trabajador.

No obstante, en la práctica en nuestro país nada de esto sucede. Existen ciertos indicadores negativos relacionadas, por ejemplo, con la ley de licencia por estudio. Este tipo de iniciativas son muy interesantes, pero deberían ser costeadas por el Estado y no por las empresas, ya que en una situación de micro economía negativa estas solicitan constantemente evaluaciones de costos buscando optimizar sus recursos. En este contexto, las licencias por estudio representan no solo un costo por esos jornales que debe afrontar la empresa sino el sobrecosto generado por las suplencias para cubrir las tareas del trabajador que se ausenta. Esta situación, sumada a la predisposición de los empleadores de evitar los costos de selección de personal en una joven que se encuentra en su máximo potencial para ser madre y tener que volver a incurrir en dichos costos para conseguir quien la supla, genera un ámbito negativo para la contratación de mujeres jóvenes. Vimos que en el Uruguay subsiste, así como en el resto de América Latina, una desigualdad en la división sexual del trabajo, en la cual también podría estar incidiendo la responsabilidad de las tareas del hogar y de cuidado en las mujeres más jóvenes. Esto sugiere la necesidad de incorporar aspectos de género en el diseño de políticas públicas tendientes a mejorar este aspecto, donde el Estado debería adoptar una política proactiva en relación a este tema y exonerar eventualmente a las empresas que tengan personal en seguro de maternidad, en un porcentaje de los aportes patronales, por ejemplo, ya que también nuestro país necesita aumentar la tasa de natalidad si pretende lograr equilibrar los costos en seguridad social algún día.

Tampoco se entiende que, con una tasa tan alta de desocupación juvenil, el grado de cumplimiento de los deberes laborales sean tan bajos. El desinterés que muestra la población más joven por el cumplimiento de horarios, el ausentismo y el abuso de certificaciones médicas generan automáticamente un rechazo en los empleadores sobre esta franja etaria, no habiendo educación que aborde esta temática y logre trasmitir que el compromiso es fundamental para alcanzar objetivos. Existe un sentimiento de inmediatez en los jóvenes que entra en conflicto con las exigencias laborales, observándose con frecuencia que ni bien se vence el contrato a prueba surgen planteos de mejora de salario o de consultas sobre primas de antigüedad so pena de abandonar el puesto de trabajo si alguna de esas circunstancias no sucede.

Todo parece indicar que el gran desafío para solucionar este problema, radica en la aplicación de ciertos incentivos como los antes mencionados y en un cambio cultural que solo puede venir de la mano de una mejora en la educación. El futuro del trabajo estará signado por un mundo cada vez más tecnológico, donde los empleos de calidad tendrán un alto componente cognitivo con el desarrollo de habilidades vinculadas con la creatividad y la adaptabilidad, donde si queremos subsistir, tendremos que acompañar sin quedarnos afuera.



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