El Uruguay de los acuerdos políticos

Los acuerdos políticos como garantía de la democracia fueron revalorados con motivo de los recientes homenajes a Wilson Ferreira Aldunate y a Alejandro Atchugarry.

Las evocaciones realizadas esta semana de Wilson Ferreira Aldunate, al cumplirse treinta años de su fallecimiento, y de Alejandro Atchugarry, quien murió hace poco más de un año, fueron expresiones de reconocimiento a las condiciones de esos líderes, pero también resaltaron la importancia de los acuerdos políticos entre los partidos para alcanzar objetivos patrióticos.

El líder blanco tuvo un gran acto de desprendimiento cuando, tras salir de la cárcel a finales de 1984, promovió la gobernabilidad que las instituciones requerían para transitar con normalidad —como efectivamente ocurrió— el difícil camino de la restauración democrática. Wilson Ferreira debe ser recordado por muchos otros aportes al país, pero ese gesto de grandeza —señalado por todos los oradores que hablaron en la Asamblea General ayer jueves— lo elevó a la dimensión de los grandes conductores nacionales.

Similar en su generosidad había sido la actitud del Gral. Líber Seregni, cuando tras diez años de prisión salió a promover la pacificación de los espíritus, sosteniendo que el Frente Amplio era una fuerza constructora, con lo que le puso coto a las voces que, dentro de su propia coalición, reclamaban venganza.

En otras circunstancias muy distintas pero también difíciles, los acuerdos políticos fueron muy importantes para consolidar la salida de la crisis de 2002, como se recordó en el homenaje a Atchugarry que se realizó en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo. El entonces Ministro de Economía restableció la confianza de la gente y logró acuerdos partidarios que permitieron votar las dos fundamentales leyes de reestructura bancaria, que fueron clave para zanjar las negativas consecuencias de la corrida financiera de esos meses. También se logró dar una señal de madurez política y de unidad nacional a los mercados, lo que fue de especial influencia para la posterior etapa de canje de títulos y bonos del año 2003 y para consolidar la paz interna.

Estos ejemplos coinciden con lo ocurrido reiteradamente en la fecunda historia política de nuestro país. No sólo hubo acuerdos entre los partidos en circunstancias extraordinarias, sino mecanismos de coparticipación y de corresponsabilidad referidos al gobierno cotidiano. Las experiencias vividas por el Partido Colorado desde 1985 para acá son bien expresivas de esa búsqueda de entendimientos para afianzar políticas nacionales de larga duración. Quizás un caso típico en esa materia es la integración del Consejo Directivo Central de la ANEP, en 1995, en el que hubo representantes del Partido Nacional y del Frente Amplio, ya que la profesora Carmen Tornaría no representaba orgánicamente a la coalición de izquierda pero sí al doctor Tabaré Vázquez. Los gabinetes de coalición o de entonación nacional y la plena participación de la oposición en los Entes Autonómos ha sido una constante durante los gobiernos colorados.

Ese espíritu integrador no se da actualmente cuando el Frente Amplio hace uso y abuso de la mayoría parlamentaria que legítimamente ostenta, pero que le ha llevado a un exclusivismo que es perjudicial para el país. Y ello es fruto de las enormes dificultades para arribar a acuerdos entre sus diferentes sectores, sí, pero también de la vocación hegemónica y fundacional con que arribó al gobierno.

Uruguay requiere acuerdos de larga duración en materia de inserción internacional, en la enseñanza, en la seguridad pública, en la reforma del Estado y en la orientación del gasto público y los impuestos, para mencionar algunos de los grandes temas en danza. Para que el país salga fortalecido de los desafíos que se le plantean, es imprescindible que haya un diálogo sincero entre los partidos y que se vayan mojonando los acuerdos posibles que permitan mirar a lo lejos y actuar en consecuencia.

Lamentablemente para el destino del país, da la impresión de que el Frente Amplio no tiene un espíritu acuerdista. Con la tentación fundacional con la que se ha manejado hasta ahora, parece ignorar estos antecedentes muy recientes protagonizados por ciudadanos de la talla de Wilson y de Atchugarry, que marcaron el rumbo de lo que los dirigentes políticos deben hacer siempre: actuar con grandeza, procurar pacientemente los acuerdos, pensar más en el país que en las chacras de cada uno y estar dispuestos a transar y a ceder posiciones. Se trata de grandeza, no de posturas sectoriales.



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