El “Far West” en Carrasco Norte

Nuestro columnista Jorge Ciasullo publicó en Búsqueda una carta en la que relata cómo conviven con la inseguridad los vecinos de Carrasco Norte. El testimonio es dramático y nos ha parecido oportuno reproducirlo.

La violencia nuestra de cada día. Los tristes sucesos de días atrás, relacionados con el asesinato (ejecución) de un vecino de la zona (Carrasco Norte), han sido comentados y asumidos, en general, por toda la sociedad, con indignación e impotencia. Creía que las publicaciones de la familia de la víctima y otras de distintas personas, en la prensa y en redes sociales, reflejan, acertadamente, el sentir de todos los ciudadanos y que nada más debería agregarse.

Sin embargo, las declaraciones del señor ministro del Interior, aconsejando no resistirse si se es amenazado con un arma, reflejan una falta de respeto a la familia de la víctima y de oportunidad para realizarlas.

Soy vecino de Carrasco norte, muy cerca de mi casa corre la Avda. Acosta y Lara, donde en su acera norte hay un asentamiento, en el cual viven muchas personas humildes pero trabajadoras (550 familias según el último censo); entre ellas se han infiltrado delincuentes, o familias de delincuentes por todos conocidos. La Policía cuenta con fotos de ellos en sus celulares, los he visto y reconocido.

En razón de esa falta de sensibilidad del ministro, por decir lo menos, he resuelto hacer pública mi experiencia en la zona, donde hace 23 años construí —sin préstamos especiales— mi casa.

He intentado memorizar los distintos sucesos, algunos muy violentos, que me ha tocado vivir, los que relataré en forma muy sintética. He contabilizado 16 en los últimos 12 años. Ellos van desde que se efectuaran tiros con armas de grueso calibre sin ningún motivo, constatado por la Policía Técnica y relatado por “El Observador” bajo el título “Far West en Carrasco Norte”, que puso en serio peligro a toda mi familia, ya que algunos proyectiles perforaron ventanas, al que me resistí en igual forma, a la detención de un sujeto dentro de mi casa, a las 4 de la mañana y entregado a la Policía, por lo que debí concurrir a la sede penal.

Este suceso merece un relato especial. En efecto, en la sede, ante el juez, se me informó que yo había cometido una falta —disparo de arma de fuego en zona urbana— lo que se ajusta a lo sucedido. En efecto, cuando el individuo, al que conducía hacia la calle, intentó escapar, efectué dos disparos al aire de advertencia, logrando dominarlo. En el juzgado se me informa que el delincuente sería dejado en libertad con “severa advertencia”. Estupefacto contesté: “¿Quiere decir si te portás mal chas chas en la cola?”. Se me advirtió entonces, que “me estaba desacatando y podía ser procesado”. Fue gracioso, la víctima había sido yo y mientras el delincuente quedaba en libertad yo podía resultar procesado. Así lo manifesté, volviendo a ser advertido de mi probable desacato.

No relataré uno a uno los 16 sucesos a que hago referencia; ellos van desde el ingreso, en ausencia de sus moradores, a mi casa, con enormes destrozos, robándome objetos de alto valor sentimental y nunca recuperados, hasta el robo y pago de rescate para recuperar un perro. Sabía que en caso contrario, el animal sería sacrificado de la forma más cruel, como había ocurrido poco tiempo atrás con el perrito de un vecino (ahorcamiento en el poste indicador de la calle). En este caso, fue el único al que accedí a hacerlo —pagar el rescate— negándome en todas las anteriores oportunidades. Pasan esos 16 sucesos, por robos a vehículos estacionados en la puerta de mi casa por pocos minutos, asaltos a familiares o proveedores a punta de revólver.

Por supuesto que lo que antes fue un frente de la vivienda abierto, hoy está enrejado con muro perimetral, alarmas, guardia privado que pagamos entre todos y jamás dejar la casa sola, pagando un guardia en su interior, cuando me ausento. Al ingresar a mi casa, irónicamente, hay un botón (timbre) en la puerta principal, para, en tiempos pasados, llamar, hoy totalmente inútil. Sustituido por una campana de bronce, que, obvio, fue robada.

Mis hijos, familiares y amigos, me aconsejan mudarme. Más allá de que el valor de mi casa está por debajo del 50% si ella estuviera en Carrasco Sur, me resisto a hacerlo, entre otras, por razones sentimentales. Pero además, ello sería renunciar a mi derecho a vivir en mi país y en mi ciudad, donde me plazca; quienes están en falta son los responsables de darme la seguridad que la Constitución establece debe darse a todos los ciudadanos. Si no saben, no quieren o no pueden hacerlo, por un mínimo de dignidad deberían dar un paso al costado.



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