El Estado irresponsable

El episodio del domingo pasado pasará a la historia. Es la primera vez que no se puede realizar un clásico de fútbol. 1.500 efectivos policiales fueron movilizados para asegurar su realización, pero resultó imposible y aquí viene el delirio: las autoridades dicen que su operativo “fue un éxito”.

El mayor bochorno de la autoridad pública, la mayor derrota, es un éxito, porque aparentemente evitamos muchos muertos de una batalla que organizaban narcotraficantes argentinos en combinación con uruguayos. Por supuesto, nadie vio esos narcotraficantes ni se les apresó ni nada que se pareciera. Es una novela de misterio que se usa como formidable cortina de humo para esconder lo que efectivamente pasó. O sea que una vez más, quedó claro que si se anuncia que en las tribunas no habrá Policía, los inadaptados, delincuentes o rebeldes sin causa, allí se concentrarán para dar rienda suelta a sus instintos.

¿Dónde están esos narcotraficantes? Por ahora, los procesados son los idiotas que subieron a las redes sociales sus fotos, ufanados de tomar los refrescos robados del puesto. Y por suerte, también, el anormal que tiró la famosa garrafa pero la gran novela no aparece por ningún lado.

Por su lado el Presidente Vázquez, desde Madrid, dice que “de aquí en más se terminó la situación que estamos viviendo”. ¿De “aquí en más”…? ¿Y hasta ayer qué…? O sea, tuvo que pasar todo este bochorno para que recién entonces el Presidente diga que hay que “reprimir”, la palabra mágica que parecía estar vedada en el léxico oficial. Ahora se va a reprimir, después que se llegó a donde se llegó… ¿En qué consistirá esa represión? Dice el Presidente, en castellano clásico, que a los revoltosos “los van a sacar del forro”. ¿Cómo los van a sacar si no entran? ¿La represión será la locura del domingo, con 1.500 policías afuera y ninguno adentro? ¿Cuál es la nueva idea? Se supone que primero hay que prevenir, luego disuadir con una fuerte presencia y más tarde reprimir. Hay una gran contradicción entre el Ministerio del Interior que no entra a las tribunas y este Vázquez que abandona su clásico tono pastoral.

El Presidente habla de la responsabilidad de los dirigentes por haber incorporado las barras al estatuto de favor de la entrega de entradas. ¿No sabe que fue su gobierno, en el año 2005, quien dispuso esa política? ¿No recuerda que se fue a esa solución para “incluir” a esa gente, para no marginarla, para no discriminarla y tratar de que fuera un factor de orden? ¿Se olvida que esa política duró diez años, hasta 2015, en que se dispuso lo contrario y comenzó allí, de hecho, una situación inestable, que el Ministerio del Interior no quiso manejar con una inteligente “transición”?

Todo esto, en definitiva, es anécdota. La realidad es que estamos ante una sociedad quebrada, fragmentada, con tribus urbanas que viven en una subcultura difícil de entender para quienes la miramos de afuera. Ello incluye a gente muy pobre, que vive en barrios marginales dominados por el narcotráfico, o grupos de nivel social medio, que se juntó en su sede, se subieron, armados, a tres automóviles y recorrieron 60 kilómetros para tomar por asalto a un grupo de adversarios que festejaban, con el resultado de un muerto y un herido grave.

Esta es nuestra sociedad de hoy, resultado del fracaso educativo, el debilitamiento familiar, el desastre de los planes sociales y la droga. A lo que se agregan cuarenta años de prédica frentista de odio a la autoridad, que ahora no puede mostrarse, según versión oficial, porque genera “resistencias”. La propia autoridad lo dice con desenvoltura, como si no fuera la confusión lamentable de un Estado desertor, que ni siquiera se anima a mostrar su uniforme. La vieja cultura frentista, que mantiene vivo el odio al Presidente Pacheco Areco por haber enfrentado a la subversión con la Policía, ahora retorna como un bumerán.

Realmente da mucha pena ver a la Policía, sacrificada, en el medio de esta realidad social y una autoridad que se ejerce con temor y vergüenza, bajo la conducción de sus viejos enemigos. Hasta se inventa la insólita teoría de que en los espectáculos públicos no puede habar efectivos policiales aunque se tengan noticias de que ocurrirán disturbios y se cometerán graves delitos. Es increíble.

Ahora el Presidente es quien ha quedado enfrentado a la responsabilidad. Es el Estado el responsable del orden público. En buena hora lo reconoce el primer mandatario. Esperemos que ahora opere. Que se terminen los versos y las novelas de James Bond como la de la conferencia de prensa del Ministerio del Interior.



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