Eduardo Galeano, los frigoríficos y la sequía.

Por Tomás Laguna

Nos hemos referido a la tensa situación que se vive en el sector ganadero entre producción e industria. Comentamos que la baja en los precios por la hacienda gorda para industria que viene operando semana tras semana caldeó el ambiente entre  productores e industria y ya son muchos los que reclaman intervención del mercado y hasta quienes sugieren desde las redes sociales enviar al personal de las estancias al seguro de paro. No faltan delirantes que reclaman un frigorífico de productores o reflotar al Frigorífico Nacional.  La situación puede explicarse porque el viento se puso del lado de la puerta para el agro luego de una década de precios tonificados, los que operaron como analgésico de riesgos y sinsabores propios de la producción a cielo abierto. La  sensibilidad que despertó la baja de la hacienda se potenció con la  sequía que está instalada en vastas zonas del país. Sequía que las autoridades del MGAP se empecinan en llamar situación de déficit hídrico, cuando esta etapa se superó en muchas regiones dónde el agua ya es recurso escaso hasta para abrevar el ganado. Finalmente pesa el alto costo que significa producir en nuestro país, que quedó al descubierto ante la mínima oscilación en los precios de los bienes producidos. La competitividad de muchos rubros está en alerta naranja, cuando no en alerta  roja para rubros como el arroz.

Esta situación ha llevado a desbordes en declaraciones de algunos actores rurales. Recientemente el flamante delegado de la Comisión de Fomento Rural en INAC declaró que  “la industria tiene un comportamiento casi mafioso y está haciendo morcilla con la sangre de los productores” que fue adobado luego por el propio presidente de esa gremial en una reciente reunión de trabajo con el Ministro Aguerre. En esa oportunidad agregó que es lamentable que el esfuerzo productivo se “desdibuje por los intereses de cinco o seis industriales que no están pensando en el país, sino en sus propios recursos”. La confabulación instalada, los poderosos que le chupan la sangre a los débiles, el interés espurio que no se compadece del interés nacional.

Mientras tanto La Diaria, medio periodístico que gusta ensañarse con el agro negocio y la agricultura a gran escala, publicó una perlita del resentimiento titulada “Las ocho horas y la familia rural” dónde el columnista ataca a las gremiales rurales. El largo texto termina razonando que “Cada vez que se cierran eventos como la Expo Activa o la Rural del Prado (las gremiales) exponen públicamente sus reivindicaciones ¿Será que la discutieron con toda la “familia rural” en la misma mesa o esa familia no almuerza toda en la misma mesa? ¿Será que la discutieron con la familia rural en su casa al finalizar su jornada de trabajo o  esa familia será que esa familia no vive toda en la misma casa? ....  Más adelante el iluminado luchador social concluye “En realidad empiezan a tensar los planteos y a presionar para tensar la relación de fuerzas aún más a su favor. Para que si la crisis se hace sentir, la paguen los trabajadores como siempre”. Una joyita digna de la literatura del recientemente fallecido Eduardo Galeano.

Precisamente a esto último queríamos referirnos. Galeano dejó esta vida luego de dedicar la misma a dar forma, con notable éxito, al superior evangelio al que rinde culto la izquierda toda. Su filosa prédica  justifica al  desposeído a partir de la maldad del poderoso, la víctima desgraciada y el victimario insaciable, la opresión como destino inexorable en la economía de mercado, en definitiva el resentimiento y el odio de clase como resultado de estar condenados de antemano al inexorable destino de la sumisión ante el poderoso que genera nuestras desgracias. Desgracias de las cuales jamás seremos responsables, por supuesto.

Esta prédica que caló fuerte en nuestra cultura ya no es patrimonio de la izquierda. Es objeto de culto de gran parte de nuestra sociedad. Si no tengo pasto y mi ganado vale menos la responsabilidad es de los industriales que confabulan para manejar el mercado y chuparle la sangre a la producción. Con la que hacen morcilla como dijo el delegado en INAC de la CNFR. Porque también nos gusta ponerle un poco de literatura a los dichos, para honrar al maestro desaparecido. O bien si los dueños de la tierra se quejan de que no les va bien es para endosarle la crisis a los trabajadores, como siempre faltaba más.

El rosario de lamentos y reivindicaciones es mucho más extenso. Son apenas dos ejemplos.

De alguna manera es la herencia de la cultura “Galeana” que facilita interpretar nuestras calamidades asumiendo que no somos responsables de las mismas, endilgándosela al opresor o chupasangre de turno. 

Galeano ha pasado a ser parte de la historia de la literatura uruguaya, su prédica seguirá horadando nuestra cultura reafirmándola en el bajón y el resentimiento. Mientras tanto, ojalá llueva pronto y se tonifiquen los mercados ganaderos. Único remedio para que se diluya el síndrome de confabulación instalado entre los productores.



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