Del Otro 1o. de Mayo a los Cohetes de Hamas. A 100 Años de la Primer Intifada

Por Jonás Bergstein

En sus recordadas clases de historia universal, Enrique Mena Segarra solía decir que la historia no se repite, pero se parece. Algo de eso creemos que sucede con los episodios que habremos de referir.

Estamos hablando de la Administración británica en Palestina. Y nos estamos remontando en el tiempo, 100 años atrás, a un 1° de Mayo 1921.

Pongamos las cosas en contexto. Fines de la Primera Guerra Mundial. En 1917 Gran Bretaña se perfilaba como una de las potencias vencedoras. Era la más firme candidata para hacerse, de un momento a otro, de buena parte de los territorios que hasta entonces -y por espacio de 400 años- habían sido dominio del ahora alicaído Imperio Otomano. En esa calidad, en Noviembre de 2017 el "Gobierno de su Majestad" expidió la Declaración Balfour, conforme la cual esa potencia reconocía el derecho del pueblo judío al establecimiento de un "Hogar Nacional" en Palestina. En forma casi simultánea, las tropas británicas al mando del General Allenby ingresaban triunfales en las puertas de Jerusalem, para asumir lo que luego se daría en llamar el Mandato Británico: esto es, el título legal que la Liga de las Naciones habría de conferir a Gran Bretaña (en 1920) para llevar a la práctica la Declaración Balfour y en su mérito administrar, entre otros, el territorio de lo que hoy son los Estados de Jordania, Israel y el Estado Palestino.

Jordania sería escindida del Mandato por los propios británicos en 1922; por alguna razón, esa amputación territorial no generó controversia ni alarma alguna. Nadie se alzó contra ella ni se registraron mayores movimientos migratorios: todos se quedaron donde estaban.

Distinto fue el caso del territorio de lo que hoy es el Estado de Israel, territorio que hasta entonces había despertado un interés poco o nulo de parte de los liderazgos europeos.

Esa indiferencia de Occidente cambió radicalmente al poco tiempo, a partir de un único y exclusivo factor: los judíos. Con la Declaración Balfour y el fin de la guerra en 1918, estos vieron su sueño ancestral hacerse realidad, especialmente cuando su situación en Europa Oriental se hacía cada vez más precaria. Ni cortos ni perezosos, los judíos comenzaron a fluir (en contingentes cada vez más numerosos) a la Tierra Prometida, por entonces poblada mayormente (aunque no exclusivamente) por árabes, y en menor medida por judíos, drusos y cristianos.

Llegados a esta parte del discurso, se imponen algunas precisiones.

La primera: tampoco los árabes habían echado el ojo a ese territorio. Las tierras eran yermas, los pantanos pululaban, y los centros religiosos eran sostenidos con dificultad.

La segunda: con el incremento de la inmigración judía, también se incrementó la inmigración árabe. ¿Por qué? Porque los judíos, a fuerza de trabajo y voluntad, comenzaron a desecar los viejos pantanos (muchas veces muriendo en el intento) y a trabajar la tierra, que, según ya se dijera, hasta entonces había sido objeto de tratamientos extensivos de magros resultados. Para ponerlo en términos actuales, hicieron de Palestina un polo de desarrollo. Y si bien los judíos fueron los primeros favorecidos, no fueron los únicos (Tampoco lo son al día de hoy).

 

La tercera: los judíos no se instalaron en tierras ajenas ni usurpadas. Gradualmente, éstas habían comenzado a comprarlas, en un proceso que arrancó al menos en la década de 1880, con las primeras corrientes de inmigrantes judíos a Palestina.

En síntesis, la postura de la dirigencia árabe mayoritaria -siempre hubo matices, como en todo-, fue la misma que la del perro del hortelano. Mientras las tierras de Palestina permanecieron alejadas de la mira de todos, poco se interesaron por ella (y menos aun hicieron). Cuando los judíos, con el aval de una nueva Administración (occidental) comenzaron a impulsar su desarrollo, el metabolismo de aquella dirigencia cambió; no para apuntalar la calidad de vida de sus habitantes (mayoritariamente árabes sometidos al yugo de algunas pocas familias), sino más bien para mostrar su oposición creciente al nuevo diseño demográfico y cultural que esas pequeñas tierras estaban adquiriendo -menos del 1% del total de las tierras de Arabia (cualquiera sea la definición de ésta)-.

Es en ése largo pero ineludible contexto en que estalla el episodio que hoy nos convoca, y que, con alguna licencia histórica (no menor), llamaríamos la primer Intifada en Tierra Santa. Es verdad que ya desde hacía tiempo en Palestina se venían suscitando escaramuzas entre árabes y judíos, sobre todo en 1920, con motivo de una asonada que había dejado un saldo de unos trece judíos muertos asesinados (casi todos en Jerusalem).

Pero en 1921 las cosas fueron sustancialmente distintas. Los disturbios cobraron una nueva dimensión: murió un centenar de personas. Y sobre todo, hubo un cambio cualitativo: por primera vez los judíos emprendieron actos sangrientos de venganza.

¿Qué pasó concretamente? Con motivo de la celebración del 1 de Mayo, los judíos de la zona de Tel-Aviv habían organizado dos marchas alusivas a la ocasión. Ambas confluyeron en un barrio de alta densidad árabe del antiguo puerto de Yaffo, donde solían desembarcar los inmigrantes judíos recién llegados a Palestina. La concentración de judíos creció y los ánimos se caldearon (rectius: los ánimos árabes fueron caldeados). La vigilancia británica era escasa. En circunstancias poco claras -las versiones son dispares- (*), una bala fue disparada al aire (al parecer por un gendarme británico) y con eso se desató, lisa y llanamente, la agresión a los judíos del lugar. Fue la mecha que encendió la pólvora. Los ataques contra los judíos (y sus propiedades) pronto se extendieron a otras localidades del país, por espacio de una semana, hasta que la autoridad británica pudo restablecer el orden. La brutalidad de los ataques no conocía precedentes; tampoco la ferocidad de los agresores. El saldo final fue de unas 100 personas muertas (aproximadamente 50 árabes y 50 judíos), y otras 225 resultaron heridas (150 judíos y 75 árabes). Con un matiz: mientras los judíos fueron todos ellos muertos a manos árabes, la mayoría de los árabes -ciertamente no todos- sucumbieron a las armas de fuego de los ingleses.

Los disturbios de 1921 marcaron un punto de inflexión en la historia de Palestina. Mucho más que para los árabes, para los judíos: cayeron en la cuenta que, al tiempo que sus ideales se cristalizaban, estaba cobrando forma un conflicto cuyas dimensiones no podían siquiera imaginar. Ya no se trataba de episodios aislados: era un movimiento deliberadamente fomentado e incitado.

Y más importante aún: sin que quizás nadie en aquel momento pudiera captarlo con claridad, se estaban trazando las primeras pinceladas de lo que en lo sucesivo habría de caracterizar, invariablemente, la postura de la dirigencia árabe ante la presencia judía en Palestina. A saber:

Primero, el fanatismo, la pretensión exclusiva y excluyente: todo o nada. No estaban dispuestos a compartir ese territorio con los judíos, y punto. Ni siquiera parcialmente.

Segundo, la prevalencia de la pasión. La razón y las razones nunca les interesaron: que Gran Bretaña hubiera asumido un compromiso formal para con los judíos, o que estos habían vivido en ese territorio desde siempre, o que la torta era lo suficientemente grande para todos.

Tercero, el más absoluto desprecio por la regla de Derecho. Que hubiera una Declaración Balfour primero, un mandato internacional después, o una resolución de partición años más tarde, fueron -para la mayor parte de la dirigencia árabe- hechos absolutamente irrelevantes, pues el imperio del Derecho les era desconocido. La que manda es la fuerza.

Cuarto, la manipulación de las masas árabes, la anteposición de los intereses de unos pocos -una elite dominante cuyos intereses nunca estuvieron del todo claros (pero que cualesquiera sean deben encontrarse en algún lugar próximo a la corrupción y a la detentación del poder económico, político y social)-, en detrimento de los mejores intereses de sus habitantes. Con su característica lucidez, Churchill ya lo había dicho en aquella su primera visita a Israel como Ministro de Colonias: lo que haya de ser bueno para los judíos, habrá de ser bueno para el mundo, y, por sobre todo, habrá de ser bueno para los árabes. A nadie le importó (Al día de hoy, Israel sigue siendo el país de la región donde los árabes viven más y mejor: ¿alguien sabe de algún árabe israelí deseoso de hacer las valijas e instalarse en Palestina?).

Por fin, un excelente manejo de la propaganda, por desconectado que fuera de la realidad. Ya en 1921 los árabes habían presentado un memorándum a Churchill recomendando la lectura de los Protocolos de los Sabios de Sión (imposible no preguntarse cómo esa fantástica máquina de mentiras acabó convirtiéndose en el manual de texto del mundo árabe).

Estos grandes padrones de conducta han caracterizado la línea árabe en el último siglo en lo que a su relación con los judíos y con Israel se refiere. Todo cuanto hemos visto a lo largo de los últimos 100 años, había sido ya decantado en los disturbios del 1 de Mayo de 1921. Más aún: nada de lo que estamos viendo incluso hoy día -cuando Hamas acaba de lanzar miles de cohetes contra Israel-, nada, absolutamente nada, que no hubiera sido ya delineado y decantado en los padrones de conducta de la dirigencia árabe que precedieron y luego siguieron a los sucesos de 100 años atrás. Las enseñanzas de Mena convocadas al comienzo, resuenan en todo su esplendor.

(*) Nos basamos fundamentalmente en el relato de Oren Kessler, The Times of Israel, 1 Mayo 2021.




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