Las noticias vinculadas a la corrupción ocupan hoy en día un espacio comparable a las relacionadas con la violencia e inseguridad, generando en el castigado ciudadano una forma más de padecimiento.

Es que la conjunción de intereses público y privado, asociación para delinquir, estafa, ocultamiento de información, negación a la investigación, coima, cohecho, sobrefacturación y otras figuras delictivas que venimos escuchando desde hace mucho, y que se relacionan con personas vinculadas al quehacer público y del estado, generan también inseguridad y violencia.

Inseguridad, porque cuando se culmina con un procesamiento, devenido de una denuncia que en su oportunidad fue ignorada a la hora de investigar, el hecho denota en todo caso la existencia de un posible “iceberg”. Y esto pasó ya muchas veces en los últimos nueve años, en distintos ámbitos y niveles del quehacer nacional o de la comuna capitalina.

Violencia, porque al ignorarse e incluso ridiculizarse las denuncias, se deja al ciudadano cautivo de la situación, y se duda de su inteligencia a la hora de defender lo indefendible, apelando de nuevo a otro tipo de violencia, amparada en un sentimiento de impunidad de difícil explicación.

Mientras sentimos indignación, inseguridad y vergüenza, nos encontramos con defensas inexplicables, tan arbitrarias y abominables como los delitos cometidos.

Apreciamos en los medios que en los últimos tiempos se han montado circos de engaño en remates “virtuales”, que se han creado empresas “a medida”, se denuncia que el estado contrata en forma digitada por tres veces el valor del producto, que las viviendas sindicales son una estafa…

Ciertamente todo esto va de la mano de una refundación del idioma que tiene en vilo a Wikipedia, y que se usa desde el oficialismo o el PIT-CNT, pues por ejemplo la estafa es ahora “error”, y quien estafa para otro y no para sí, no es corrupto. En todo caso dio una mano a un “compañero”.

Analizamos conjuntamente al gobierno y al PIT-CNT, pues la gremial se ha identificado de esa manera, actúa como un “ministerio más” y es entonces más fácil, ya sin careta, evaluar sus acciones.

Por supuesto que los trabajadores merecen una gremial sana y constructiva, tanto como los uruguayos merecemos un gobierno ídem.

Pero así, con este “modus operandis”, el ciudadano honesto –y el trabajador honesto– es sistemáticamente ignorado y vilipendiado.

Entretanto, apreciamos que en las puertas de los juzgados del Crimen Organizado se cruzan figuras del sindicalismo con otras del gobierno, siempre sonrientes, en un desfile inimaginable si se hubieran cumplido las promesas y amenazas quirúrgicas que en su momento profirió el actual candidato de la izquierda.

Pero el actual entrevero de manos y de latas nos dificulta analizar con claridad lo que está pasando.

Compartimos obviamente el enunciado de que “hay que esperar que la Justicia se expida” esgrimido en defensa de los imputados.
Pero la Gente, Juan Pueblo, quiere la explicación que debería venir de la persona a la que eligió para un cargo y que con su actitud lo mansilló, pues se siente engañada, traicionada, manoseada.
Y repetimos que esta actitud de “espalda con espalda” ha sido la tónica que ha campeado largamente por varios lustros también en la Junta Departamental capitalina, donde las investigaciones solicitadas han sido permanentemente ignoradas y desactivadas.

Por ahora nos invade la impotencia e indignación con una carga comparable a la de una pesada piedra a la que hay que correr o desplazar, para sepultar a la vergüenza.

En octubre hay una posibilidad.

Otra, es la que escuchamos de una vecina indignada, y es la frase que da nombre a estas reflexiones.

Ciertamente el despropósito ya supera largamente las mil y una noches...