China, la irrepetible

En China se conjugaba todo, la tradición, el arte, la simpatía, la vitalidad, la generosidad, el símbolo de una época…

Hija de una familia legendaria de artistas (abuelo poeta, padre escultor), nació en medio de ese mundo de la creación. De niña vivió en París con su padre, cuando trabajaba con Bourdelle y preparaba los bocetos para el monumento al Gaucho. De jovencita estudió teatro en Londres y cuando retornó al Uruguay, en 1948, se incorporó a la naciente Comedia Nacional, que marcaba un hito en la vida teatral del Río de la Plata. A partir de allí fueron sesenta años de “tablas”.

En el teatro tocó todas las teclas, desde la comedia, fuera inglesa o rioplatense, hasta los grandes dramas shakespeareanos o los modernos de Brecht. Tanto en Montevideo como en Buenos Aires brilló con una luz propia e irrepetible. Salía a escena y era China a todos los efectos, con sus inflexiones de voz y su modo de andar y pararse.

Perteneció a una generación notable del teatro nacional, con Enrique Guarnero, Maruja Santullo, Alberto Candeau, Margot Cottens, Juan Jones, Estela Castro, Estela Medina, Jaime Yavitz, Horacio Preve, Jorge Triador y tantos otros, como Walter Vidarte y Sancho Gracia que marcharon luego a España. Era lo que he llamado “el Uruguay del optimismo”, el que miraba hacia arriba, el que se sentía capaz de cualquier empresa, el que conjugaba el empuje industrial con la realización cultural.

En Buenos Aires encontró la acogida que siempre se le brindó a nuestros artistas y la posibilidad del cine, en el que también registró memorables actuaciones, como la última, la de “Elsa y Fred”, esa memorable historia de amor en la ancianidad.

Injusta e inexplicablemente, la dictadura uruguaya le prohibió actuar en Uruguay y en 1985 retornó junto a la democracia, haciendo Emily, la notable obra inspirada en la poetisa Dickinson. Su debut fue clamoroso. Estuvimos todos. El país entero, en una noche de emociones.

En lo personal, el recuerdo es imperecedero. En casa irrumpía como una tromba sin previo aviso. Cuando tenía algún problema, reclamaba consejo, pero siempre desde esa óptica optimista y confiada. Pese a su apariencia de “lady”, que auténticamente lo era, vivía de un modo bohemio, sin atarse demasiado a un dinero que tampoco sabía administrar.

Cualquier conversación con ella era en sí misma una obra de teatro, porque su torrencialidad, su imaginación, su jovialidad, su arte para narrar, singularizaban el episodio más trivial. Así disfrutamos de su amistad y así la seguiremos disfrutando en el recuerdo. Hoy la lloramos, pero la celebramos en sus 92 años de fecundidad.

J. M. S.




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