Chery o el desafío de la productividad

La fábrica china Chery cerró. Se invoca la caída del mercado brasileño, pero no nos engañemos: la cuestión es la bajísima productividad uruguaya, configurada por numerosos componentes, de costo general y rendimiento personal.

Ya en 2010 parte del trabajo de la fábrica se trasladó al Brasil y se informó oficialmente que la casa matriz china no estaba conforme con los resultados. La planta estaba pensada para armar 40 automóviles al día y no pasaba de 12. O sea que la organización de la producción no llegaba al mínimo. Costaba adiestrar el personal, el ausentismo era muy grande, los conflictos también retrasaban, los costos generales eran elevados.

No obstante esa situación, la empresa se reacomodó y siguió intentando. Pero la productividad seguía muy baja y solo se sostenía la producción como un elemento marginal en el conjunto de la producción de la empresa, cuya mayor operación estaba en Brasil. Estaba claro que cualquier bajada en el mercado la dejaba afuera de competencia.

La energía cara, la seguridad social pesada, el peso indirecto del costo general del país, se añadían como ingrediente importante.

Dicho de otro modo: para que esta planta funcionara tendría que haber una demanda extraordinaria, porque no estaba en condiciones de competir con la producción brasileña, adentro de la misma firma.

Este es un botón de muestra. La situación se percibe en el conjunto de una economía que solo puede funcionar sobre la base de materias primas. En cuanto se intenta añadir valor, ya se sale de competencia. Podemos exportar soja, pero no aceite de soja; tops pero no tejidos; algunas autopartes sin mayor tecnología pero no automóviles y así sucesivamente.

¿Qué pasa entonces?

Estamos en un mundo altísimamente competitivo. Dentro de él, no estamos cerca de los grandes mercados. Como ocurre con la industria automovilística mejicana, que le lleva esa gran ventaja a la brasileña pues tiene los EE.UU. al lado y de ahí su rápida expansión. A ello le sumamos costos altos de todo, aunque las devoluciones de impuestos o algunas exoneraciones alivien en algo el peso del Estado. Allí nos encontramos entonces con el tema de la capacitación de los recursos humanos, de su rendimiento, de su conciencia de productividad.

Desgraciadamente, nuestro sindicalismo parece no entender este tema y sigue con un discurso antiguo, anti-capitalista, que se rehusa a entender la lógica de la economía de mercado. Y nuestro sistema educativo, a su vez, está a años luz de lo que debe ser formar ciudadanos para la república y conciencias productivas para el desarrollo, como explicaba don Pedro Figari hace cien años, cuando preconizaba la modernización de nuestra enseñanza técnica.

El tema es muy de fondo aunque no es popular. Como sociedad, el espejo nos devuelve una imagen que no nos gusta. Nos reconfortaría vernos mejor y por eso rehuimos los espejos. Como ocurre con el PISA, que está de moda desconocerlo porque sus resultados no son los que necesitaríamos. Ellos nos ponen un formidable signo de interrogación sobre el futuro. ¿Cómo haremos con gente menos capacitada para competir en una sociedad globalizada del conocimiento? Esa es la gran pregunta para el Uruguay.




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