Centenario de Mario Benedetti

En ocasión de tributársele un homenaje en el Senado de la República, el senador y expresidente Sanguinetti hizo uso de la palabra en nombre del Partido Colorado. A continuación transcribimos su intervención.

SEÑOR SANGUINETTI.- Señora presidente: en nombre del Partido Colorado adherimos con íntimo sentimiento a este homenaje a este grande de la cultura nacional. Además, quiero añadir el testimonio personal por pertenecer a una generación bisagra entre varios tiempos históricos, que vio el tránsito de la literatura y de la política y el cruce entre una y otra.

A Benedetti lo conocí entre los años 1959 y 1960 en la Editorial Alfa, que había fundado un español exiliado, Benito Milla, que hizo una formidable obra editorial en el país y fue quien publicó, justamente, a Benedetti, a Carlos Maggi, a Martínez Moreno y a toda esa generación que irrumpe en ese momento en la vida literaria con una visión distinta, una visión literaria en la que se desplazaba el horizonte. Lejos ya de la literatura histórica romántica de los Acevedo Díaz o del realismo de Quiroga, pasada ya la etapa nativista de Zavala Muniz, de Leandro Ipuche, de Juan José Morosoli y de Fernán Silva Valdés, irrumpe un nuevo tiempo, que es la literatura urbana: instala al uruguayo en la ciudad y ahí nos describe, con una especie de visión tierna, humorística y ácida a la vez, lo que era nuestro mundo, lo que eran nuestras burocracias. Estampa aquella frase increíble: Uruguay es la oficina más exitosa del mundo porque alcanzó a ser república. Esa acidez benevolente que tenía le caracterizó muy particularmente.

Entonces, hay un cambio de ritmo, de tono y de concepto en la literatura uruguaya.

Entre los años cincuenta y sesenta escribe «Poemas de la oficina», los inolvidables cuentos «Montevideanos» -con aquel puntero izquierdo que todavía sigue siendo una constante en todas las antologías del cuento-, como expresiones del humor y de la dimensión popular de la vida. Esos son años de una enorme capacidad creativa, que adquirirá, tiempo después, la consagración universal que alcanzó.

En aquellos años era pionero, era todavía algo de culto. Ni hablemos de Onetti que era aún más de culto, pero cultivaba una literatura distinta, existencialista, desapegada de las realidades, en donde trasuntaban sus personajes fantasmales. Benedetti era lo opuesto, era la realidad misma, era nuestro Chéjov, con ese humor fino para un país que vivía mucho esa vida del Estado, de la oficina, esa vida popular y del fútbol que, a su vez, él empieza a ubicar en un terreno crítico con «El país de la cola de paja», que pasa a ser una de las características de esa generación. Carlos Maggi le sigue en la misma tónica, con «El Uruguay y su gente». Es una visión de una sociedad que sentía que se estaba agotando un tiempo y se abría a otro. Y realmente era así.

En el año 1959 se produce el gran quiebre, que es la Revolución cubana. Luego de la unanimidad que hubo en el mundo democrático y en el mundo literario-intelectual pasamos a un quiebre, a una bifurcación. Existían compromisos contrapuestos: unos tenían compromisos con la revolución y otros con la democracia liberal. Hubo años de distanciamientos y enfrentamientos que a todos nos separaron.

Debemos decir que, a veces, las desgracias nos unen, porque la dictadura volvió a reencontrarnos. En 1985, cuando hicimos la visita de Estado a España, en un momento de reencuentro democrático, Benedetti nos hizo el honor de acompañarnos en la embajada cuando le dimos a Onetti el Premio Nacional de Literatura. También nos acompañó en la Feria del Libro, cuando la sociedad de editores de España le otorgó al presidente uruguayo un premio tradicional por los años de trabajo en la difusión del libro. Fueron los momentos de reencuentro de la sociedad uruguaya, que son los que hoy tenemos que rescatar. Los de distancia, cada uno a lo suyo, pero, a mi juicio, lo notable de Benedetti es cómo logró que la literatura adquiriera esa dimensión popular.

Más allá de las calidades literarias -que las tuvo, incuestionablemente-, le acercó la poesía a una generación; probablemente, ninguno de aquellos muchachos hubiera tomado un libro para leer poesía; la poesía había declinado. Luego de los fuegos artificiales del modernismo y de Rubén Darío, había empezado una poesía esotérica que se había alejado de la gente y él la vuelve a instalar en el alma popular con esos sentimientos primigenios: el amor, el odio, la vida, la muerte, la vida cotidiana, la pareja, aquello que hizo de la de él una poesía intransferible, que se instala en la gente, que le da a esa generación una cercanía a la literatura que no hubiera tenido, aun antes de que lo de Serrat le diera esa otra dimensión que había empezado a surgir en aquel momento.

Fue un grande de la literatura, un grande de la cultura, un hombre bueno. A veces el estilo pasible de su bonhomía contrastaba con la radicalidad de muchas de sus ideas; parecían contradecirse, pero no era así porque, justamente, además de todo, era un hombre bondadoso, generoso y un literato formidable. Marcó una etapa y en la identidad uruguaya está al mismo título que Onetti en otra dimensión, que Quiroga en otra, o que José Enrique Rodó en el pensamiento. Marcó una etapa e integra ese gran monumento -no panteón, sino por el contrario, magnífica construcción- que es el parnaso, nombre que Montero Bustamante le dio en su tiempo a la colección de los poetas de la época. Es ese gran parnaso en el cual nos reconocemos.

Muchas gracias.




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