Brasil sufre de “antipetismo” y de “antilulismo”

Arrasado por los casos de corrupción, el Partido de los Trabajadores, la gran creación política de Lula, vive una crisis que puede ser definitiva si no reacciona con un sentido crítico y una reforma moral, sostiene el periodista, exsacerdote y filólogo Juan Arias, en esta nota que nos interesa divulgar

Nunca el Partido de los Trabajadores, ideado por el sindicalista y tornero, Lula da Silva, había vivido un momento de mayor dramatismo y responsabilidad en sus 36 años de historia. Hasta ahora, el PT había sido visto como el responsable, sobre todo durante los dos Gobiernos de Lula, de un nuevo renacimiento político y social del país que creó riqueza y abrió espacios de libertad. O como afirmó el mismo Lula, había sido "ejemplo de convivencia democrática en la diversidad". El PT, que fue considerado el partido de la izquierda moderada más importante de América Latina, se encuentra hoy contra las cuerdas, acosado por la ola de autoritarismo del exparacaidista, homófobo y violento Bolsonaro.

Es verdad que el PT no ha desaparecido arrastrado por el tsunami que ha castigado a todos los partidos de la vieja guardia, empezando por el PSDB de Fernando Henrique Cardoso. Aunque también disminuido, el PT ha salido vivo, ha conseguido el mayor grupo de diputados (53) y ha colocado en la segunda vuelta a su candidato Haddad, escogido por Lula, imposibilitado por la justicia para competir. Y sin embargo, hoy el PT es el blanco de todas las iras. El antipetismo y antilulismo parecen querer arrastrarlo todo. Vive la tragedia de ser rechazado por gran parte de la población: los seguidores del capitán ultraderechista sin biografía ni historia. El PT sabe que muchos van a votar por Bolsonaro no porque mueran de amor por él, sino para impedir que la izquierda vuelva a gobernar. ¿Cómo explicar ese odio? ¿Qué le ha pasado a este país que tan rápido y con tanta vehemencia se ha pasado a las filas del naciente fascismo bolsonariano?

Nada nace de la nada ni en la vida ni en la Historia y el PT necesita hacer un examen de conciencia urgente. Lo curioso es que el primero que había previsto esta decadencia del partido fue el mismo Lula que, antes de ser condenado y encarcelado, había confesado, primero al expresidente español Felipe González y después a este diario, que su partido "vivía un momento de cansancio". Se quejó de que sus cuadros "sólo piensan en cargos y empleos, en ser reelegidos. Nadie trabaja ya gratis como antes", afirmó. Y llegó a pensar que el partido necesitaba "ser refundado". Una posibilidad que había sido ya pensada tras el escándalo del Mensalão y más tarde, del Petrolão.

Al PT, un partido que empezó como una izquierda radical y que el pragmatismo de un Lula sin ideología transformó en una socialdemocracia aplaudida mundialmente, le faltó, al final, hacer una autocrítica por su participación en los escándalos de corrupción que abrazó a casi toda la clase política. Sobre todo porque Lula había confesado "nosotros nacimos para ser diferentes de los otros partidos".

Hoy el PT representa una izquierda social moderada indispensable en un país que vive mayoritariamente en la pobreza y que sigue siendo uno de los más desiguales e injustos del mundo. Una izquierda que había sido reconocida como democrática por todos los segmentos de la sociedad, desde los más pobres y poco cultivados a los intelectuales y académicos. Y hoy, sería la única fuerza capaz de frenar la ola de autoritarismo de extrema derecha que parece haber contagiado, de repente, a la mayoría de la sociedad.

El PT, gane o pierda la segunda vuelta de las elecciones el próximo 28 de octubre, estará ante un dilema grave. Si gana Haddad, con Lula en la cárcel, será la primera vez que deberá gobernar con una oposición dura. Quizás hasta violenta. Algo que no conocieron los Gobiernos del PT a los que la oposición del PSDB les dejó vivir en paz: Lula había conseguido encantar a los opositores. Hoy todo ha cambiado. No le será fácil, por primera vez, gobernar con la paz de antaño. Y si perdiera las elecciones se encontraría con la responsabilidad de liderar una oposición a un Gobierno antidemocrático, que llega con ganas de venganza y con vocación de acabar con él y con toda la izquierda.

De ahí el importante cometido del PT y de Lula de hacer, sin perder tiempo, un examen de conciencia que le lleve a una rápida refundación. Algo que deberá ser radical y urgente, como radical y urgente es el momento político que vive este país, el más oscuro e incierto desde la dictadura.

Para ello, el PT se equivocaría si entendiera que para resurgir del cataclismo sufrido le bastaría con maquillar a su candidato, el académico Haddad, eliminando el color rojo de sus banderas, quitando la cara de Lula de su campaña, haciéndose un corte de pelo más moderno o promoviendo encuentros nocturnos en busca de dudosas alianzas con la derecha, empezando ya a ofrecer cargos y ministerios.

El PT, sin el cual Brasil se quedaría huérfano de una fuerza progresista social y democrática, hoy más necesaria y urgente que ayer, necesita hablar a la nación a corazón abierto, sin complejos, pero también sin esconder sus pecados y sus culpas. La sociedad necesita escuchar de sus labios que quiere un Brasil unido, sin el fatídico "nosotros contra ellos". Quiere saber qué piensa de Venezuela. Necesita presentar un Brasil en el que quepan todas las diferencias, un Brasil capaz de contribuir para renovar la política hoy asfixiada por sus detractores y herida por quienes deberían haberla preservado de los demonios de la corrupción y de la exagerada sed de perpetuarse en el poder a cualquier precio. Emperrarse en colocar la culpa en los otros o mostrar sed de venganza, si volviese al poder, equivaldría a un suicidio político.

Brasil necesita resistir contra la barbarie y, al mismo tiempo, un diálogo de todas las fuerzas democráticas para devolver a la sociedad la esperanza que parece haber perdido por el camino. Es en los momentos históricos, en los que un país parece haber perdido su rumbo, cuando la sociedad debe saber reaccionar con un plus de confianza en sí misma y en sus mejores valores. Esos que el mundo de fuera le había reconocido y aplaudido.



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