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BOTAS Y VOTOS

Por LA LIBRERIA
“Cómo mueren las democracias”, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt. Editorial “Ariel”, Primera Edición, 335 páginas, Barcelona, 2018.
Steven Levitsky es profesor de la Universidad de Harvard, su agenda de investigación se centra en los partidos políticos, el autoritarismo y la democracia en América Latina. Daniel Ziblatt es también profesor de la Universidad de Harvard, se especializa en estudios sobre democracia y autoritarismo en Europa.
La historia se encuentra repleta de lecciones. De las que se recuerdan y de las que no. Al analizar la crisis de la democracia, solemos pensar de inmediato en botas, no en votos. Hombres armados —particularmente militares— que irrumpen por la fuerza y se apoderan violentamente de las instituciones. De esta forma es como creemos que mueren las democracias: mediante la coacción y el poder militar.
No obstante, aseguran los docentes de la Universidad de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, existe otra manera, menos dramática pero igual de destructiva, de hacer quebrar una democracia. Actualmente, argumentan, “el retroceso democrático empieza en las urnas” (p. 13). En algunos casos, la democracia es desmantelada con rapidez, pero en general, se erosiona lentamente.
A diferencia de la triste y violenta imagen clásica —de encarcelamientos, asesinatos y destierros— la vía electoral es,a priori, imperceptible: “No hay tanques en las calles. La Constitución y otras instituciones nominalmente democráticas continúan vigentes. La población sigue votando. Los autócratas electos mantienen una apariencia de democracia, a la que van desmenuzando hasta despojarla de contenido” (pp. 13-4).
¿Cómo reconocer el autoritarismo en políticos que no tienen un historial antidemocrático? ¿Es posible mantenerlos al margen y salvar así la democracia?, se cuestionan Levitsky y Ziblatt. “Es más fácil de decir que de hacer. Al fin y al cabo, se supone que en las democracias no se ilegalizan partidos ni se prohíben candidatos (y nosotros no abogamos por tales medidas). La responsabilidad de detectar a las personas autoritarias y dejarlas fuera recae más bien en los partidos políticos y en sus líderes: los guardianes de la democracia” (p. 35), reflexionan.
Aunque no existe una lista de indicadores exhaustiva para identificar a los posibles autócratas, los autores identifican cuatro señales de advertencia: 1) rechaza las reglas democráticas de juego; 2) niega la legitimad de los opositores, es decir, los considera enemigos antes que adversarios; 3) tolera o alienta la violencia política y 4) restringe las libertades civiles de la oposición, incluidos los medios de comunicación no oficialistas.
Ante la posibilidad de esta situación, cuyos ejemplos más recientes en la región son los de Alberto Fujimori, Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, Levitsky y Ziblatt realizan un llamado a la prudencia y resaltan la importancia de proteger los sistemas democráticos.
Según los autores, los partidos políticos y sus autoridades tienen la responsabilidad de resistirse a la tentación de aliarse y legitimar estos liderazgos populistas. En caso contrario, el desmantelamiento será un hecho. Como si se tratase de un partido de fútbol, explican los autores sobre el proceso de desmantelamiento, “los déspotas en potencia deben apresar a los árbitros, marginar al menos a uno de los jugadores estrella del rival y reescribir las reglas de juego de manera que funcionen en su propio beneficio” (p. 95).
Cuando la tolerancia mutua y la contención institucional se ven dañadas, la democracia difícilmente pueda salvarse: “Cuando los partidos rivales se convierten en enemigos, la competencia política deriva en una guerra y nuestras instituciones se transforman en armas [...] el resultado es un sistema que se encuentra siempre al borde del precipicio” (p. 246).
En momentos en que la democracia atraviesa un nuevo período de dificultades, Cómo mueren las democracias es de imprescindible lectura.
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