Asse: el horror a lo largo de diez años
Por Darío L. Pimentel
Los centros asistenciales de Asse están enfermos. Para la recuperación, se necesitan acciones largas. Las transformaciones en la salud pública, hasta ahora, han fracasado. Han reinado el caos, la negligencia y la corrupción.
La salud pública, en nuestro país, constituye un enorme y turbulento escenario, donde se entrecruzan el drama, la pena, la tristeza, y, pocas veces, la simple alegría que contiene la vida.
En los últimos diez años, clínicas y hospitales del Estado han encerrado horrendos y sorprendentes episodios, en los que han triunfado el caos, el negativismo y la corrupción. La ciencia y la abnegación –salvo excepcionales ocasiones– casi, hasta ahora, han quedado de lado.
Asse cuenta –cifras más o menos– con 32.000 funcionarios, 900 centros de asistencia, 900 millones de dólares de presupuesto y 100 empresas contratadas.
Pues bien, en una década el desorden, la deshonestidad y la negligencia arrasaron con todo intento organizativo, con todo impulso solidario.
Primero fue Mario Córdoba (presidente de Asse, luego destituido), con sus increíbles designaciones y destituciones. Luego se entronizó Alfredo Silva (procesado más tarde), que manejó un sindicato corrupto y llegó a imponer paros salvajes que provocaron muertes evitables, entre otras acciones deplorables.
Esta situación y estos procederes se han extendido en el tiempo y han afectado el funcionamiento de las unidades. Se han emprendido escasas investigaciones sobre episodios puntuales, pero se desconocen los resultados. Nunca apareció un responsable, todos los jerarcas permanecen atornillados en sus sillas.
La presidenta de Asse, Susana Muñiz, dijo hace un tiempo, cuando aun era ministra de Salud Pública, que faltó una planificación previa en el momento que entró en vigencia el Sistema Nacional Integrado de Salud.
El ministro de Salud Pública, Jorge Basso, afirmó que Asse carece de un plan estratégico y sostuvo que la mayor parte de los jerarcas necesita de una formación adecuada a su cargo. Así las cosas, sin duda que existe un fracaso de las transformaciones pretendidas y de las cuales se jactaron en su momento sectores del Frente Amplio. Faltan médicos, faltan enfermeros, faltan funcionarios, faltan CTI (sobre todo en el interior), faltan ambulancias.
Se ha postergado la creación de maternidades tierra adentro; quedó para 2018 la reestructura de las farmacias.
Muñiz reconoció que “son muy poquitos” los centros que carecen de habilitación de bomberos. Por otra parte, numerosas unidades están esperando la habilitación del MSP para sus laboratorios y farmacias.
Semanas atrás, el presidente del Sindicato Médico, Julio Trostchansky, aseguró que en Asse “se están muriendo pacientes que no deberían morirse” y reafirmó que “hay una salud cada vez más pobre para los más pobres”.
Dijo, además, que en la dirección de Asse “hay incapacidad y falta de liderazgo”, al tiempo que opinó: “no se tiene en claro cómo gestionar el servicio de salud del Estado”.
Naturalmente, la recuperación será larga, muy larga, y muy dura. Basso señaló hace un par de meses que los esfuerzos están dirigidos hacia una descentralización de los servicios de salud. Eso supone, gigantescas reformas técnicas y administrativas.
Entre otras cosas, se otorgará mayor poder a los directores de cada centro. Estas unidades tendrán recursos propios y se autorizará la venta de servicios. El directorio de Asse pasará a encargarse de tareas fiscalizadoras.
Cada centro dispondrá de mayor autonomía. Se aplicará un plan piloto para profundizar los aspectos de la descentralización.
Que todo sea para bien, como decía Wimpi.
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