Ariosto Fernández

Sorpresivamente, víctima de un ataque cardíaco, falleció el fin de semana pasado, Gustavo Ariosto Fernández, un militante batllista en las buenas y en las malas, con una carrera de servicio público que fue desde funcionario del Banco de Previsión Social y Director de Tránsito de la Intendencia de Montevideo, hasta Cónsul en Barcelona. Durante algún tiempo ejerció también la docencia de historia en institutos privados, manteniendo así la tradición familiar, pues su padre, Don Ariosto, ex Inspector y Director General de Enseñanza Secundaria, fue un eminente historiador. Las paradojas del destino hacen que el fallecimiento de Gustavo Ariosto ocurre cuando él y toda su familia se preparaban para participar, este lunes pasado, en la ceremonia de nominación de la biblioteca municipal de Florida con el nombre de Ariosto padre, autor de una pionera historia de esa ciudad.

Gustavo Ariosto fue un ejemplar humano de tal peculiaridad que, como coincidíamos en su velorio sus muchos amigos, le recordaremos siempre con una sonrisa. Su ingenio, su fino —y ácido— sentido del humor hacían de su presencia el centro insoslayable de cualquier reunión. Su cultura histórica estaba detrás de ese chisporroteo con que cultivaba ese arte tan maravilloso de la conversación, infelizmente decaído en los acelerados tiempos que vivimos.

Leal a sus amigos, fiel a sus convicciones, siempre estaba donde debía estar, especialmente en momentos difíciles o aciagos. En la época de la dictadura mantuvo su casa como un pequeño centro de reuniones y su coraje cívico se exhibió con la serenidad y gracia de siempre. Cualquier circunstancia penosa le hacía aparecer con su palabra, para aliviar dolores o aventar angustias, como lo han recordado muchas personas en estas horas, con el agradecimiento por su aliento en esos momentos.

Su chacra de Progreso, como antes la de Melilla, o cualquiera otra de sus casas, era un lugar de convocatoria. En atmósferas que su buen gusto creaba con muebles y cuadros siempre armonizados, disfrutaba recibir y animar las conversaciones, que pasaban del arte a la historia y a la siempre recurrente vida política, mirada desde un coloradismo que pasaba por la admiración a Rivera y Julio Herrera Obes hasta el moderno Batllismo.

Deja un gran vacío entre nosotros. Figuras como él no son comunes en este posmodernismo globalizado que consagra la mediocridad. Le recordaremos a cada momento en que, en el mundo o nuestra comarca, aparezca una situación curiosa que nos hará imaginar su frase irónica, su apelativo ácido o algún relato ingenioso.



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