América Latina y sus dinámicas perversas

Por Elena Grauert

Las convulsiones latinoamericanas dan cuenta de que no parecen haberse aprendido las lecciones de la historia.

Luego de 2002, América Latina entró en una especie de dinámica progresista, donde todo lo malo era culpa de los malvados neoliberales y lo bueno de los “progresistas”, que nos vendían el mundo color de rosa, mientras los commodities valían oro, porque jamás hubo bonanza igual. Esa bonanza le permitió realizar un derroche infernal, contratando gente, agrandando los Estados, regalando dinero para generar dependencia del gobierno y comprar votos. Nada de enseñar a pescar sino regalar pescado directamente.

Luego eso cambió, el viento de cola se terminó, y comenzaron a endeudarse, a generar atraso cambiario, déficit como el actual, de casi un 5% del producto en Uruguay, situación que se replica en otros países de la región. Algunos gobiernos “progres”, a su vez, comenzaron a enfrentar gravísimas denuncias de corrupción, porque el modelo de negocios utilizado fue el prebendario; no solo aparecieron los sindicatos como grupos de enorme poder, que recaudaban mucho dinero mediante la cuota sindical, sino que empresarios colaboradores, que no dejaron de hacer dinero, en su mayoría con obras publicas multimillonarias, cuyos costos también los terminó pagando el contribuyente mediante los sobreprecios de esas obras.

Y como todo tiene un fin y busca un equilibrio, otra vez el péndulo derivó hacia el otro lado y Bolsonaro y Macri —con plataformas y estilos muy diferentes— son quizás los mejores ejemplos.

Es evidente que hay una enorme crisis de representatividad y la gente desea tomar las riendas de los procesos políticos y sociales. Claramente a Piñera le reclaman tener más equidad, a Evo lo echan, no quieren corrupción. Si bien hay algunos líderes, es la gente la que pone en crisis a todos los sistemas. Cómo seguimos y quién manda va a ser el tema de Bolivia ahora.

Claro está que existen el Foro de San Pablo y el Grupo de Puebla, que no dudo que aprovechen el descontento azuzando a algunos grupos foquistas, pero evidentemente hay una respuesta espontánea que desconcierta a políticos, sindicatos y organizaciones civiles. Tampoco en Bolivia la causa de los males es el plan Atlanta o EEUU, dado que claramente no hay signos de esa intervención.

Tenemos un gran desconcierto. Hay un consenso en que la democracia sigue siendo la única forma valida que los ciudadanos reconocemos para dirimir nuestras diferencias, pero hay una enorme crisis de los sistemas de representación que se refleja no solo en los políticos, sino también en la sociedad civil. Sin duda hay que encontrar una forma de legitimar las instituciones.

Uruguay ya cambió. El Frente Amplio no tiene las mayorías parlamentarias, ni tuvo una actitud negociadora durante estos 15 años de hegemonía, cortó todos los puentes, no fue generoso, ni transparente y eso se paga. El 54% de los uruguayos ya dijo NO a ese modelo maniqueo de buenos y malos y el principio de que el fin justifica los medios.

¿Hasta cuándo América Latina deberá seguir soportando estos procesos? Nunca olvidemos las lecciones de la historia. No hay “cuanto peor, mejor”. Lo peor es siempre lo peor. Y la otra lección: los vacíos se llenan y no siempre de la forma en que deseamos.



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