Agro y elecciones: El peligro del facilismo continuista

Por Tomás Laguna

Al agro le ha ido muy bien en los últimos 10 años si analizamos sus resultados medidos en ese período. Pero la bonanza de los precios no es eterna y los tiempos por venir ponen al país ante desafíos que no se compadecen de las contradicciones y prejuicios ideológicos que la izquierda desde siempre ha tenido con el agro.

Resulta paradójico pero los argentinos, otrora poderoso país agro exportador, admiran el desarrollo de nuestra agropecuaria. No es para menos. Ellos están en una suerte de guerra a veces escandalosa (recordemos la Mesa de Enlace y los piquetes en las rutas) otra sorda, pero igualmente agresiva. Todo se inició con las voraces detracciones y un energúmeno que, con un revólver sobre su escritorio, manejaba los cupos de exportación y exigía el abastecimiento interno bajo las condiciones que su antojo indicaba.

Obviamente que desde la óptica de ese Macondo rioplatense, los dos períodos de gobiernos transcurridos en estos 10 años de bonanza resultan fantásticos. Aunque el mayor mérito de esos gobiernos, o tal vez el único, fue dejar que la bonanza mundial en el precio de las materias primas incidiera sin mayores distorsiones sobre el sector de la economía que las producía.

A no dejarse engañar. La izquierda vernácula, casi con la impudicia de un sexópata, no puede ocultar su depravada lujuria por las mega - inversiones que provengan del exterior. Si estos dólares vienen de la celulosa, de la carne, la soja o por la exportación de hierro obtenido por la megaminería a cielo abierto tanto les da. El concepto de país productivo y sustentable, del productor familiar apegado a su comarca, son referencias incluidas convenientemente en el discurso ideológico.

La prueba es contundente. Lo primero que hicieron una vez en el gobierno fue prohibir las sociedades anónimas como propietarias de la tierra, pero de inmediato se aprobaron excepciones para los mega - proyectos de inversión venidos del exterior. Eso sí, una y otra vez manejaron iniciativas diferentes para limitar la tenencia de tierras en manos de extranjeros. Que la franja de 50 has en torno a la frontera, que luego eran 20 para finalmente terminar en una ley que prohibía a los estados extranjeros ser propietarios de tierra. Apenas ésta fue aprobada tuvieron que corregirla con excepciones porque las mega empresas forestales tienen entre sus inversores fondos de los países nórdicos. Entre tanto abrazaron y dieron piedra libre a otro mega proyecto para la extracción de hierro a cielo abierto. No les importó el conflicto social generado en la zona de influencia ni la cantidad de medianos y pequeños productores que se verían desplazados. Han sido tan impúdicos que no tuvieron prurito en ubicar a un ex funcionario del primer gobierno de la izquierda al frente de la empresa minera. La misma que arremetió con prepotencia invadiendo los campos que quedaban dentro de la zona de influencia.

Mientras todo esto ocurría, la soja valía, la carne valía, y con estos dos argumentos el agro quedaba anestesiado ante los embates de nuevos impuestos a la tierra, la creciente pérdida de competitividad por una infraestructura para el transporte obsoleta y costos crecientes de producción. El caso más dramático lo constituye hoy el arroz. Cultivo altamente tecnificado, cualitativamente en los umbrales de excelencia mundial, con mercados firmes, pero costos que año a año lo van volviendo inviable al punto que obtener el rendimiento promedio es trabajar a pérdida.

Claro que rústicos personajes con responsabilidades en institutos vinculados a la exportación, se jactan de la amplitud de mercados que han conseguido nuestras carnes. No ingresan en sus cuentas el alto costo por pago de aranceles para ingresar a los diferentes mercados, producto de la incompetencia para lograr acuerdos de libre comercio con nuestros mercados demandantes en un mundo dónde el multilateralismo agoniza lentamente. El 17% del valor de nuestras exportaciones de carne, U$S 223 millones, se destinan al pago de aranceles. Este costo es el 16% para los cítricos que ingresan a la UE en tanto el mercado americano no se consolide. Nuestros competidores directos en muchos casos exportan con arancel cero, pero el tiempo del canciller está dedicado a los conflictos internacionales dónde nadie le pidió opinión, pero sus obsesiones personales lo llevan a generar rispideces con países amigos que han sido clientes nuestros desde siempre.

Han transcurrido 10 años con bonanza en los precios, 10 años dónde se dio el mayor proceso de concentración de la tierra de nuestra historia, 10 años dónde algo más de 12.000 productores abandonaron sus tierras, casi todos ellos familias vinculadas a la granja y no al agro negocio de exportación. Ese y no otro es el balance agropecuario en 10 años de gobierno del conglomerado político de izquierda.

Para el gobierno ha sido un logro las tierras repartidas por Colonización, las más de las veces de dudosa viabilidad económica, o bien consideran un éxito los programas de subsidios para pequeños productores del MGAP. No son más que miserables monedas de una suerte de MIDES agropecuario para justificarse electoralmente. Sin embargo la ineptitud o displicencia de los responsables del INEFOP han impedido que los fondos de capacitación para una mejor inserción laboral llegaran con proyectos efectivos al trabajador rural.

El candidato oficialista a la presidencia no pierde oportunidad para el discurso clasista, atacando a los propietarios de la tierra. Es uno de los argumentos dilectos en el discurso de la izquierda vernácula, desde siempre urbana y resentida. En la simpleza de la argumentación encontraron que los propietarios de la tierra no pagan el impuesto a primaria, por lo que la sola mención de nuevos impuestos al agro por la vía de la tierra es miel en los oídos del militante urbano.

La bonanza no es eterna y los tiempos de vacas gordas se van agotando. Sin pronosticar cataclismos ni cosa parecida el incremento en la competitividad de los sectores exportadores es el mayor desafío del próximo gobierno. Esto implica ajustar el costo país (energía, combustible, impuestos, tipo de cambio), invertir en infraestructura y logística, modificar las estrategias y política de inserción internacional apuntando al mundo sin descuidar la región, pero también adecuadas políticas sociales para una mejor inserción laboral y de vida de la familia rural evitando dádivas inconducentes. Finalmente y por sobre todo que el mediano y pequeño productor se inserte con éxito en el agro negocio de exportación o bien abasteciendo al mercado interno antes de verse tentado a vender sus tierras para emigrar a la ciudad.

La izquierda se contradice entre su discurso y sus logros. Sus tiempos están agotados.



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